La Vanguardia

Burbujas de Joyce

- Màrius Serra

Navona publica Els morts de James Joyce, en brillante traducción al catalán de Elisabet Ràfols-sagués y con un prólogo iluminador de Sebastià Alzamora. La revelación epifánica que el académico Gabriel Conroy tiene sobre el recuerdo que su esposa Gretta conserva de un amante difunto se enmarca en la fiesta que dos hermanas solteras celebran cada año por Epifanía. La capacidad evocadora del relato más largo y complejo de Dublineses permite leer el texto como una nouvelle autónoma, más aún desde que en 1987 John Huston la llevó al cine. En catalán ya teníamos la magnífica traducción de Joaquim Mallafrè (Labutxaca) y en castellano la de Guillermo Cabrera Infante publicada en la Biblioteca de Plata que dirigía Vargas Llosa (Círculo de Lectores). Releer Los muertos hoy, en pleno paréntesis pandémico de relaciones familiares y sociales, causa un gran efecto. El recuerdo indigesto de los ausentes suele oscurecer el bienestar digestivo de sobremesa al que hemos renunciado en el último año. Porque ya hace un año que no comemos, bebemos, cantamos y bailamos juntos festivamen­te. Cuando empezó la desescalad­a y restringie­ron a diez el número de comensales que nos podíamos reunir en los domicilios, me percaté que coincidía con el número de personajes del relato joyceano: Gabriel Conroy y su esposa Gretta, el amigo bebedor Freddy Malins, la patriótica Molly Ivors, las ancianas anfitriona­s Kate y Julia Morkan, la sobrina Marie Jane, la sirvienta Lily, el tenor retirado Bartell D’arcy y Mr. Browne, el único protestant­e invitado a la fiesta. Joyce consigue sentarnos a la mesa como si fuésemos un invitado más y nos sumerge en el ambiente. Si Edgar Allan Poe fue el germen de todo un género, este relato también podría haber iniciado otro. Por describirl­o en el volátil argot del momento, el de reuniones sociales de diversos grupos burbuja reventando recuerdos.

Muy de tarde en tarde topo con buenos relatos de este género, que dialogan con los muertos joyceanos. En el ámbito mediterrán­eo, me pasó con la poderosa evocación familiar que Rafael Chirbes Magraner hace en el relato El año que nevó en Valencia (Anagrama, 2017) y me acaba de volver a suceder con uno de los cuentos transatlán­ticos de Clarice Lispector antologado­s por Jordi Puig y traducidos por Josep Domènech Ponsatí y Pere Comellas Casanova en Restes de carnaval (Comanegra, 2020). El cuento en cuestión se titula Per molts anys y relata una reunión familiar en Copacabana para celebrar el octogésimo noveno aniversari­o de la señora Anita, una matriarca que vive a cargo de Zilda, su hija soltera menospreci­ada por cuñadas y hermanos. El hijo mayor ha muerto y su vacío modifica la correlació­n de fuerzas establecid­a año tras año. Las concuñadas se marcan (la más joven se llama ¡Cordélia!), los hermanos se desmarcan y los niños llenan los silencios incómodos. La vida.

En el volátil argot actual, se relatan reuniones sociales de diversos grupos burbuja reventando recuerdos

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