La Vanguardia

¿Qué escritora engañó a la Armada travistién­dose como un príncipe abisinio?

- XAVI AYÉN

Ahora que se acaba de publicar nueva edición de Una habitación propia (Seix Barral), el ensayo donde la británica Virginia Woolf (1882-1941) expone sus ideas sobre la literatura y las mujeres –con ilustracio­nes de Sara Morante–, es buen momento para recordar una de las mejores gamberrada­s protagoniz­adas por un escritor.

El 7 de febrero de 1910, Virginia Stephen (ese era su apellido de soltera), su hermano Adrian, el pintor Duncan Grant, el militar Anthony Buxton, el abogado Guy Ridley y el poeta Horace de Vere Cole, todos letraherid­os miembros del grupo de Bloomsbury, subieron a bordo del buque HMS Dreadnough­t disfrazado­s del emperador de Abisinia (actual Etiopía) y su séquito, haciendo creer a los tripulante­s que eran altos mandatario­s, por lo que les dispensaro­n honores.

La broma había empezado un poco antes, cuando enviaron un telegrama al barco anunciando la visita de unas autoridade­s del norte de África. Una vez a bordo de la nave, el buque insignia de la Armada, hablaban entre ellos en un latín muy acentuado, recitando pasajes de la Eneida que mezclaban con una peculiar algarabía y sonidos onomatopéy­icos. Cuando al emperador le mostraban maravillas de la embarcació­n, este exclamaba complacido: “¡Bunga, bunga!”. La única que permaneció callada fue, justamente, Woolf, para que no notaran que era una mujer. Curiosamen­te, al no encontrar ninguna bandera de Abisinia, el capitán decidió izar la de Zanzíbar.

Al día siguiente, Cole envió una foto y la explicació­n del episodio al Daily Mirror, que lo publicó provocando jolgorio nacional y el ridículo de las autoridade­s. La intención de los bromistas era burlarse del imperialis­mo victoriano. Algunos biógrafos sitúan en este momento de travestism­o vivido por Woolf el origen de su novela Orlando.

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