Despertares
Por unos segundos, en el jardín interior del hotel Casa Mimosa hay un destello de normalidad. Los premiados en la última Nit de Santa Llúcia se preparan para hablar de sus obras respectivas, mientras el público atiende desde los asientos. Entonces el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, que agradece las horas de buena lectura en los ocho metros cuadrados de su celda, acaba la introducción diciendo que vuelve a la cárcel. Al acercarte un poco más, ves que todo el mundo lleva mascarilla. En otra época, esta sería una escena onírica y ahora vendría cuando te despiertas.
Pero no. Conducidos magistralmente por Míriam Cano, los galardonados toman la palabra. El primero es Miquel Desclot, que obtuvo el Carles Riba por Despertar-me quan no dormo (Proa). Si no hubiera sido por su hijo, no se habría presentado. Dice que antes veía el premio como para personas mayores, y luego se hizo mayor y lo veía para gente joven. El conjunto no fue concebido como un libro, sino que recoge poemas de catorce versos escritos a lo largo de los años. Lee algunos. Asegura que le asusta la verborrea y que por eso sopesa mucho las palabras antes de escribirlas. El resultado, según Cano, transmite su comodidad y confianza en la lengua.
Anna Gas ha dado el salto a la narrativa con los cuentos de El pèndol (Proa), que le ha valido el Mercè Rodoreda. Tras leer un fragmento de La gàbia, explica que sus personajes se autoengañan porque no miran hacia sí mismos, sino que proyectan en los demás. Sus relatos, inquietantes y extraños, exploran la violencia de las relaciones desde una primera persona por la cual el lector detecta lo que los narradores no ven. Por último, Víctor Garcia Tur habla de L’aigua que vols (Enciclopèdia Catalana), premio Sant Jordi de Novela. Situada en el Quebec del referéndum, en 1995, se ubica en un paisaje idílico durante un encuentro familiar. Marcel Mauri clausura el acto mientras algunos clientes empiezan a cenar en el restaurante del hotel.
Subes por Pau Claris y piensas en la presentación virtual que has visto antes, en el Instagram de la Casa del Libro: Toni Hill también ha optado por un espacio idílico en El oscuro adiós de Teresa Lanza (Grijalbo / Rosa dels Vents). Al principio el autor ha tenido algunos problemas para conectarse, y en la otra ventanilla, Laura Fernández sospechaba que aquello era cosa del fantasma de la protagonista, una de las narradoras del libro. En su sexta novela, Hill ha vuelto a cambiar de registro, sin salirse de lo criminal. Tras la trilogía Salgado, del brontëniano Los ángeles de hielo, y del barrio satélite en el que transcurría Tigres de cristal, esta vez desarrolla la trama en una zona residencial donde, según uno de los personajes, siempre pasan cosas bonitas. Cinco amigas se reúnen para cenar casi un año después de que la chica de la limpieza que compartían haya muerto. Todo apuntaba a un suicidio, pero en las calles aparecen unos carteles en los que pone: “¿Quién mató a Teresa Lanza?”.
Para conmemorar el 82.º aniversario de su muerte, el ayuntamiento de Soria organizó el lunes varios homenajes por videoconferencia a Antonio Machado. Uno fue la presentación del libro Yo voy soñando caminos. Publicado en Nórdica, es un recorrido por las ciudades en las que vivió,
“Machado tenía una personalidad tan fuerte que hacía suyos los lugares, y es imposible no verlos con sus ojos”
a través de una selección de sus poemas a manos de Antonio Rodríguez Almodóvar y las ilustraciones de Leticia Ruifernández. Ella no quería dibujar los lugares a partir de viejas fotografías, sino descubrir qué quedaba de Machado en ellos. Así que la elaboración del libro no fue nada solitaria, porque allí donde iba había gente machadiana que la acogía y le enseñaba los espacios menos conocidos. Le pareció muy interesante entrar en los instituto donde daba clase como profesor de francés.
Para Julio Alonso Llamazares, autor del epílogo, Machado es el gran poeta español del siglo XX porque, como Cervantes, o Velázquez, o Picasso o Goya, captó el verdadero espíritu del país: “Tenía una personalidad tan fuerte que hacía suyos los lugares, y ahora es imposible no verlos con sus ojos”. Machado se reunía con su amante Guiomar en una fuente que hay en La Moncloa, justo debajo de la ventana del presidente. Ian Gibson insistió mucho a Ruifernández para que fuera. Tras intentarlo ella varias veces, por fin consiguió un permiso; podría ir una mañana entre las 11.15 h y las 11.45 h. Ese día llovía en Madrid. “El lugar era totalmente silencioso, la fuente estaba llena de verdín, bajo unos granados con la fruta podrida, todo muy machadiano”, dice. En cuanto sacó las acuarelas para ponerse a dibujar, salió el sol.
Llamazares recuerda que Quim Torra le pidió a Pedro Sánchez ver esa fuente, la primera vez que se reunieron. Y al editor Diego Moreno le sorprendió saber que Sánchez ha sido el primer presidente español que ha visitado la tumba de Machado, en Colliure. Ruifernández fue a Colliure desde Barcelona; entonces muchas salidas estaban cortadas porque acababa de salir la sentencia del procés. Llegar al cementerio y dibujar fue uno de los momentos más emocionantes de la creación del libro, dice. Dejó el pincel en la tumba y ahí es donde acabó. No es el epitafio que allí se lee, pero son palabras del poeta: “Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar”.