La Vanguardia

“Cuando llueve, le siento cerca”

Aroha Sibilio recuerda a su padre, Chicho Sibilio, astro del baloncesto en los 80 y los 90

- Sergio Heredia

El mundo está casi en paz cuando dejas de intentar entenderlo

Elizabeth Acevedo, The Poet X

–Cuando aquí llueve muy fuerte, tal y como lo hace en Santo Domingo, entonces siento a mi padre muy cerca –me cuenta Aroha Sibilio (41).

Y sigue hablando de Chicho Sibilio, su padre, una figura singular, tan presente como ausente pues había vivido del baloncesto profesiona­l –había sido un astro en los años 70, 80 y 90– y aquello implicaba noches en aviones, autocares y hoteles.

–Yo me recuerdo a mí misma de cría, muy pequeña, en las entrañas del Palau Blaugrana –dice Aroha Sibilio.

–¿Qué hacía por ahí?

–Tocaba un partido del Barça y todos jugaban: mi padre, Juan (De la Cruz), Nacho (Solozábal), Manolo (Flores)... Yo me paseaba por ahí. Me sentaba con Julia, que vendía palomitas. O me esperaba en un banco, a la puerta del vestuario, hasta que saliera mi padre. Un día me perdieron y aparecí en la Llotja. Todos me conocían.

–Igual que todo el mundo del baloncesto conocía a su padre –le comento.

–Y eso que a él no le gustaba esa fama. –¿...?

–Recuerdo cuando venía a recogerme al colegio, el Sil. Venía con el R5 Copa, apenas cabía ahí dentro. Traía el merengue a tope. Entraba rápido, nos íbamos a la carrera. Me llevaba a la heladería Gatti. Él se pedía una bola de pistacho y yo, otra de frambuesa. Y hablábamos.

–¿De qué?

–¿Y yo qué sé? ¿De qué hablaríamo­s, si éramos muy jóvenes? Yo era una cría y mi padre era mi padre, pero era muy joven aún. ¡Debía de tener veintipoco­s! Veíamos películas fetiches, como Star wars, La jungla de cristal, Terminator... Y si entrábamos en un restaurant­e, buscaba el lugar más discreto. No le gustaba convertirs­e en el centro de atención.

–No pudo evitarlo. Era un astro

–le digo.

(...)

Chicho Sibilio se fue hace un año y medio. Peleaba contra la diabetes cuando sufrió un paro cardiaco. Tenía 61 años.

Había sido un jugador esencial, uno de los impulsores de la era moderna de nuestro baloncesto. Posiblemen­te, el primer gran triplista del Barça y de la selección española.

Sibilio practicaba un juego estético, de brazos y piernas alargadas, calcetines hasta las rodillas, camiseta Meyba y dejadas en vez de mates. Su apellido era una marca asociada a unos colores, como lo eran Epi, Corbalán, Iturriaga, Fernando Martín o Norris.

Le digo a Aroha Sibilio:

–Su padre hizo vibrar a toda nuestra generación.

Ella se emociona.

Se le quiebra la voz.

–Esta es una terapia muy extraña. Se me hace duro hablar de él sin que esté aquí –me cuenta.

–¿...?

Ella vuelve a su infancia.

–Mi padre venía de noche y yo le enseñaba mis libros y mis plumieres. Recuerdo el drama, aquel día en que irrumpió en casa como un huracán tropical y me dijo: ‘Siéntate, cariño. Me marcho a Vitoria, dejo el Barça. Pero no te preocupes que viajaré menos’. Yo me quedé aquí con Montse, mi madre, pero muchos fines de semana me iba con él a Vitoria. –¿Y cumplió? ¿Viajaba menos? –Cumplió. Entonces, el calendario del Taugrés ya no era el del Barça.

–¿Y hablaban mucho de baloncesto? –Muy poco. Y tras un mal partido, menos. Al fin y al cabo, ¿qué clase de padre comparte una crisis con su hija? Y luego estaban los veranos.

–¿Qué pasaba?

–Me llevaba a la República Dominicana. Pasaba tres meses con la familia. Allí, mi padre se transforma­ba.

–¿De qué manera?

–Se relajaba, se alejaba del jaleo. Se tumbaba bajo una mata de mango, disfrutaba de la cerveza a la ceniza, se refugiaba en la finca en Haina. Jugaba al dominó con mis abuelos, Gago y Virginia, y mi tío Domingo. Me decía que me arrojara sobre la tierra y me mojara en el aguacero, como un salvaje. Allí fue a retirarse tras el baloncesto, con sus animales. –¿Qué tenía? –Cerdos, vacas, árboles frutales... También había montado una escuela de beisbol y baloncesto, incluso había entrenado a algún equipo juvenil.

–Y en su casa, ¿hablan de su padre?

–Al morir mi padre, a mi hijo Joel (16) se le puso la piel de gallina. Hubo un homenaje en el Palau. Bajó a la cancha conmigo y al sentir aquella ovación me dijo: ‘No lo hubiera imaginado nunca’.

–¿No sabía quién era su abuelo? –David, mi marido, le pone vídeos. Le dijo quién había sido su abuelo. En casa tenemos fotos y recortes. Y en Youtube hay tesoritos, documental­es como un España-urss o el

‘Quan s’apaguen els llums’ de TV3. Aquella indumentar­ia, aquellos bigotes, ¿cómo no enganchart­e a eso?

–Pero ¿y usted?

–Joel salía en el documental de TV3. Y en el colegio se llevaron una sorpresa porque no sabían nada: piense que Sibilio es su segundo apellido... Y yo siempre le he dicho: ‘Siéntete orgulloso de tu abuelo, aunque esa no es tu carta de presentaci­ón. Yo tampoco soy nadie por ser su hija’.

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CÉSAR RANGEL Aroha Sibilio, la semana pasada en Barcelona
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