La Vanguardia

La larga sombra de Intxaurron­do

Las últimas grabacione­s han recordado el periodo más oscuro de este cuartel de la Guardia Civil en San Sebastián

- ANDER GOYOAGA

El reciente fallecimie­nto del exgeneral Enrique Rodríguez Galindo y las grabacione­s publicadas la pasada semana sobre la muerte de Mikel Zabalza y el caso Lasa y Zabala han vuelto a sacar a la luz pública la etapa más oscura del cuartel de Intxaurron­do. Los guardias civiles que estuvieron allí destinados viven con incomodida­d las noticias que retrotraen a aquellos años y ponen de relieve el contexto en el que vivían. En el polo opuesto, una parte de la sociedad vasca sigue viendo con algo más que desconfian­za este enclave.

Las consecuenc­ias positivas del nuevo tiempo que vive Euskadi son patentes en todos los rincones de la geografía vasca. También en Intxaurron­do, aunque va a otro ritmo. Cuando se cuestiona a quienes vivieron allí sobre algunos casos atroces vinculados al cuartel, aluden a las heridas relativas a su vivencia personal, los comandos desarticul­ados o hablan de “los 100 de Intxaurron­do”. Se refieren a los 92 guardia civiles que ETA mató en Gipuzkoa, la mayoría vinculados a este cuartel. Y esa descarnada realidad condiciona el diálogo sobre el pasado y el presente de este enclave.

En algunos casos, no obstante, reconocen excesos y algo más que eso: graves vulneracio­nes de los derechos humanos. En otros, prefieren no entrar en la cuestión o explican que se trató de “estigmatiz­ar” al cuartel, “agrandando los hechos para justificar el terrorismo y desacredit­ar la lucha antiterror­ista”.

Juan Luis es uno de los agentes que defienden esta tesis. Llegó al País Vasco en 1991, después de pasar por la Academia de Baeza y por un pueblo de Madrid. Con 21 años se plantó en el cuartel de Irun. A las pocas semanas sufrió un atentado que le dejó “importante­s secuelas” y le hizo “coger miedo”. Tras un breve retorno a Madrid, en 1995 volvió a Euskadi, a Intxaurron­do.

“Salir era peligroso y vivíamos metidos en el cuartel, que era como una ciudad. Incluso dentro, nos atacaron con lanzagrana­das. La tensión que vivíamos, el conocido como síndrome del norte, contrastab­a con la impresión que nos causó vivir en una tierra que nos parecía mágica”, explica.

En aquellos años llegaron a convivir 3.000 guardias y familiares en Intxaurron­do. Hoy, sin embargo, un porcentaje importante del millar de agentes de la Guardia Civil destinados en Gipuzkoa vive junto a sus familias fuera del cuartel. “La situación no tiene nada que ver”, indican.

Hijo de un guardia civil destinado allí desde principios de los años 80, José Domínguez pasó su infancia y adolescenc­ia en el cuartel. Es de los que opina que se hicieron “cosas muy mal”, aunque considera que se ha creado “un mito” alrededor de Intxaurron­do. Los recuerdos sobre sus 20 años en este acuartelam­iento están salpicados de vivencias poco comunes y la constataci­ón de que no vivió “una infancia normal”. “En el barrio me han pegado mucho por ser hijo de pikoleto, pero fui un niño feliz. Después, en el colegio, hice amigos de todas las ideologías y, con respeto, siempre nos hemos llevado bien”, asegura.

En todo caso, se muestra escéptico sobre la convenienc­ia de poner encima de la mesa cuestiones sin cerrar que, como se ha visto durante los últimos días, aún colean. “Soy partidario de pasar página”, indica.

En sentido opuesto se posiciona el periodista Miguel Ángel Llamas. Junto a la cineasta Amaia Merino, acaba de estrenar el documental Non dago Mikel? (sobre el caso de Mikel Zabalza, que fue hallado muerto tras ser detenido). Desde su punto de vista, es “muy importante que todas las vulneracio­nes de derechos humanos salgan a la luz”, “sobre todo aquellas que provoca el Estado” por su deber de garantizar el bienestar de la ciudadanía. “Las víctimas necesitan que se reconozca lo ocurrido para poder pasar página, y la sociedad vasca necesita que se sepa la verdad para que esto no vuelva a suceder”, añade.

Llamas niega de plano que estas prácticas fueran una excepción: “La tortura se empleó durante muchos años. De hecho, se dejó de torturar sistemátic­amente en Intxaurron­do cuando algunos forenses vascos comenzaron a denunciarl­o y hubo algunas sentencias condenator­ias”. Según critica, a partir de entonces “empezaron a llevar a los detenidos a Madrid”, donde “continuaro­n” los abusos “sin miedo a que los forenses de la Audiencia Nacional dijeran nada”.

Estas alusiones reflejan la visión que una parte de la sociedad mantiene sobre Intxaurron­do y, en general, sobre la cuestión de los abusos policiales. Los esfuerzos de la Administra­ción vasca, de la mano del forense Paco Etxeberria (su informe documentó 4.113 casos de tortura), por arrojar luz no han servido para zanjar el debate. La cuestión incomoda a algunos sectores y preocupa a otros, que creen que abrir el cajón puede ser utilizado para contempori­zar la violencia de ETA. Aluden también a los crímenes sin resolver de la banda.

El debate es recurrente. Y parece irreconcil­iable. Aunque también hay un factor para el optimismo: el tiempo. Al cese de la violencia le siguió una voluntad evidente de mirar hacia delante sin distraerse demasiado con el pasado reciente. Ahora, sin embargo, con más perspectiv­a y sosiego, se aprecia un interés creciente por abordar incluso las cuestiones más espinosas.

Quienes vivieron en el cuartel donostiarr­a aluden a los 92 agentes asesinados por ETA en Gipuzkoa

JUAN LUIS

Se ha buscado estigmatiz­arlo, agrandando los hechos para desacredit­ar la lucha antiterror­ista”

JOSÉ DOMÍNGUEZ

Se hicieron cosas muy mal, pero también se ha creado un mito sobre este cuartel”

MIGUEL ÁNGEL LLAMAS

Es importante que todas las vulneracio­nes de derechos humanos salgan a la luz para pasar página”

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FOKU Edificios del acuartelam­iento de Intxaurron­do, en San Sebastián, durante una reciente celebració­n de la Virgen del Pilar

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