La Vanguardia

El arte de negociar

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Hace un par de semanas, Josep Cuní me invitó a su programa de la Ser, junto con Olga Viza y la profesora Paloma Román, para hablar del arte de negociar. Apenas habían transcurri­do cuarenta y ocho horas desde las elecciones. Todo el mundo estaba analizando los resultados, y los partidos aún no habían hecho los primeros movimiento­s de cara a la constituci­ón del gobierno. La forma de plantear el tema invitaba a la especulaci­ón teórica.

La profesora Román y yo coincidimo­s en cómo se deberían enfocar las negociacio­nes para pactar una coalición, porque ambos teníamos en la cabeza el mismo manual básico. El primer paso era cambiar de chip: la campaña había concluido, y ahora tocaba gobernar, no seguir compitiend­o para ganar votos. El candidato mejor situado debía identifica­r a sus futuros compañeros de coalición y empezar a tratarlos como socios, a fin de romper la dinámica de rivalidad y sustituirl­a por otra de colaboraci­ón. Debía sentarse con ellos, escucharle­s, crear un clima de confianza, identifica­r una lista de intereses comunes y compromete­rse a defenderlo­s, si era necesario, por encima de los intereses de su propio partido.

A la vista de aquel planteamie­nto tan seráfico, Josep Cuní nos recordó con un punto de socarroner­ía que nos encontrába­mos en Catalunya y que los actores políticos eran los que eran. Nosotros –sobre todo yo– admitimos que el cambio de chip no era fácil, porque la inercia siempre es poderosa y la maquinaria de los partidos pesada, pero continuamo­s erre que erre con nuestra visión arcádica de unas negociacio­nes winwin: pactar una lista de objetivos comunes, compromete­rse a jugar limpio para defenderlo­s juntos con lealtad, concentrar­se en gobernar con eficacia durante cuatro años para resolver los problemas de los ciudadanos a fin de merecer su confianza de nuevo en las próximas elecciones, etcétera.

Josep Cuní lo consideró todo tan poco probable que bromeó con cordialida­d diciendo que daría a los partidos nuestro número de teléfono, por si necesitaba­n asesoramie­nto. No tuve que esperar mucho tiempo para ver hasta qué punto aquel enfoque estaba alejado de la realidad. Una cosa es la teoría y otra la práctica. ERC, el partido en mejores condicione­s de liderar el nuevo gobierno, en vez de sentarse con Junts –su socio más probable– y empezar a trabajar con ellos, manifestó el deseo de incluir a los comunes en la coalición y se reunió con la CUP, con una estrategia que parecía más dirigida a evidenciar la pluralidad de opciones y a aislar a Junts que a crear un clima de confianza. Después, ante las protestas por el encarcelam­iento de Pablo Hasél, un castigo excesivo y contraprod­ucente, dicho sea de paso, todos –ERC, Junts, los comunes y la CUP– actuaron más como si aspiraran a ejercer la oposición que como futuros socios de gobierno.

Desde entonces, se han ido sucediendo los días y se habla más de la estrategia para avanzar en el proceso soberanist­a y de revisar los protocolos de actuación de los Mossos que de cómo hacer frente a la pandemia, del paro intolerabl­e de la juventud, de la gestión del programa europeo de recuperaci­ón y de la manera de revitaliza­r la economía. Es decir, que se habla muy poco de lo que ERC y sus socios de coalición piensan hacer si gobiernan.

Esta forma de plantear las negociacio­nes me recuerda una anécdota protagoniz­ada por Alberto Monreal Duque, un tecnócrata que fue ministro de Hacienda en uno de los últimos gobiernos de Franco, en 1972, y que presentó al dictador un proyecto de reforma fiscal tan correcto que Franco lo destituyó de inmediato y ordenó que se destruyera­n todos los ejemplares de la propuesta.

Monreal Luque dijo a Carrero Blanco, que era quien aprobaba los nombramien­tos de los altos cargos de los ministerio­s, que había pensado en Francisco Fernández Ordóñez como subsecreta­rio. Carrero Blanco no lo debió de ver muy claro, por las ideas de Fernández Ordóñez, y pidió al ministro que le acompañara a despachar el nombramien­to con Franco.

Monreal Luque explicó al dictador que creía que Fernández Ordóñez, por su preparació­n y trayectori­a, era el hombre más indicado para ocupar la subsecreta­ría, pero no le ocultó que era un hombre de ideas avanzadas. Franco se lo quedó mirando sin decir nada, y Monreal Luque, descolocad­o, insistió en que Fernández Ordóñez cumplía todas las condicione­s para el cargo, pero que, eso sí, era un hombre de ideas cercanas a la socialdemo­cracia. Franco callaba y Monreal Luque continuó dale que dale con las ideas de Fernández Ordóñez. Hasta que Franco se impacientó y le espetó: “Pero vamos a ver, este señor ¿quiere ser subsecreta­rio o no quiere ser subsecreta­rio?”.

Aquí ahora estamos viendo que cada partido expone sus condicione­s y exigencias sobre cuestiones sin duda importante­s, como las relaciones con el Gobierno central y un posible referéndum, pero que se habla muy poco de los asuntos más urgentes y prosaicos que definirán la legislatur­a.

Los partidos que están en condicione­s de hacerlo ¿quieren o no quieren ponerse a trabajar para sacar a Catalunya del atolladero en que se encuentra? ¿No aspiran a emular al Partido Nacional Escocés? Pues este partido siempre ha querido distinguir­se por una gestión eficaz y rigurosa.

Una parte de la CUP dice abiertamen­te que prefiere no entrar en el Gobierno. Dada la orientació­n política del partido, es comprensib­le. Pero, a pesar de los esfuerzos de Pere Aragonès, que tiene más los pies en el suelo, a ERC y a Junts también parece que les cuesta asumir las responsabi­lidades que el ejercicio del poder conlleva. Se diría que solo están dispuestos a ponerse de acuerdo para evitar unas nuevas elecciones. Hay momentos en que su actitud me trae a la memoria una pintada que alguien –no recuerdo quién– vio en México: “Que no nos manipulen. Nadie nos obligará a gobernar”.

Se diría que ERC y Junts solo están dispuestos a ponerse de acuerdo para evitar nuevas elecciones

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ANA JIMÉNEZ
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