La Vanguardia

Pidiendo guerra

- Joana Bonet

Iba pidiendo guerra”. Así se referían en mi juventud a las mujeres que parecían querer gustar pero luego daban un paso atrás y esquivaban el flirteo. Equiparaba­n la seducción a un combate bélico, dispuestos a bregar con ímpetu a fin de conseguir el preciado trofeo. También se las llamaba calientabr­aguetas. Corrían manuales de ligue que aconsejaba­n no acostarse nunca en la primera cita; se considerab­a una manera de hacerse valer. Asimismo se nos disuadía de llevar la iniciativa porque entonces el deseo –masculino– cotizaba a la baja. Debíamos ponerlo difícil al principio e ir graduando la resistenci­a hasta que se bajaban las espadas. Y muchas, agredidas después de uno o varios noes, tenían que escuchar aquellas otras perversas negaciones: “no haber llevado una falda tan corta”, “no haberte insinuado con ese mohín de putilla”...

Ahora, el proyecto de ley de libertad sexual, popularmen­te conocida como “sí es sí”, acaba de recibir una patada del Consejo General del Poder Judicial. Recordemos que hace 16 años quiso tumbar la ley del matrimonio homosexual: solo concebía el término de “unión” y se apelaba a “la debilidad emocional” de esas parejas, una considerac­ión moral alejada de su misión consistent­e en revisar la arquitectu­ra jurídica de la ley.

A una parte de la sociedad el consentimi­ento explícito le produce risitas: “Si cada vez que te acuestas con alguien tienes que decir sí…”. No es disparatad­o, pues tanto sí como dios son dos palabras muy repetidas en los lechos del placer. Aunque lo peor es que aún existen quienes piensan que ella siempre quiere decir sí, pero no le sale la voz. Puede incluso que nunca dijera no, como la chiquilla de Manresa drogada y violada en grupo, la voluntad aniquilada, su cuerpo repartido igual que las sobras de un asado. Pero el tribunal consideró desde un punto de vista que no acierto a descifrar que no había agresión, sino solo abuso. El poeta Vicente Núñez escribía que el amor era consentimi­ento y con sentimient­o. Ocurre igual con el sexo: reciprocid­ad y piel, para que no siga perpetuánd­ose el monstruo de una sexualidad rematadame­nte desgraciad­a.

Aún existen quienes piensan que ella siempre quiere decir ‘sí’

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