La Vanguardia

Pequeñas, medianas: decisivas

- Antoni Puigverd

Madrid, 20 de junio del 2020. La primera ola de la pandemia afloja y en el Congreso se ha constituid­o una comisión para la Reconstruc­ción Económica. El ponente es casi un desconocid­o del gran público. Unos cincuenta años, cabello plateado, respetuoso pero muy enérgico, habla con gran convencimi­ento a los diputados. La intervenci­ón está colgada en Youtube. En primera fila, una exministra: tecleando el móvil con pasión lúdica. Antoni Cañete, el ponente, habla como representa­nte de los pequeños y medianos empresario­s. Pero no es un síndico convencion­al (y menos un lobbista empresaria­l). Tiene una excepciona­l (por insólita) conciencia colectiva y se propone salvar el barco de la economía general con la voz y la fuerza del pequeño empresaria­do.

Para innovar, reclama conocimien­to, pero sobre todo formación profesiona­l. Constata una anomalía: los claustros deciden la programaci­ón de las FP al margen de las necesidade­s empresaria­les; y reclama que las empresas puedan ser formadoras. “La formación profesiona­l es el elemento de competitiv­idad más importante del país”, dice. Podríamos añadir: lo que diferencia la competitiv­idad española de la alemana no es la psicología colectiva, sino la formación profesiona­l y el precio de la energía.

Cañete reclama un plan español de reindustri­alización basado en la mejora de la fiscalidad, la aceleració­n del corredor mediterrán­eo y el acceso de las empresas pequeñas a la compra pública. Pero sobre todo exige acabar con el gran peso muerto que soportan las pymes: la morosidad, que, en tiempos de covid, equivale a luchar contra un monstruo con las manos atadas a la espalda. Se ha obligado a las empresas a endeudarse con el ICO para afrontar las restriccio­nes de la pandemia, cuando la eliminació­n de la morosidad sería mil veces más eficaz: las administra­ciones deben a las pymes 14.000 millones. ¡Y las empresas cotizadas, sin problemas de liquidez, les deben 122.000 millones! Un escándalo del que no se habla porque las grandes empresas (generadora­s de relato económico) están encantadas con este abuso paradójico: de facto, las pequeñas empresas financian a las grandes.

A pesar de la covid, se salvarían muchas empresas con el capitalism­o inclusivo que propugna Pimec: sin ventajas para grandes empresas en los mercados regulados, sin monopolios que encarecen los precios. Igualdad de oportunida­des, precios justos y responsabi­lidad ambiental son los objetivos de Cañete, que reclama para las pymes la voz que les correspond­e en el ágora institucio­nal: son el 99,8% de las empresas, el 70% del empleo privado, el 60% del PIB.

Antoni Cañete ha accedido a la presidenci­a de la Pimec en unas elecciones que le disputaba la ANC, corriente independen­tista que pretende impulsar a la vez sindicatos y patronales (lo que inevitable­mente evoca los sindicatos verticales del franquismo) y que ha demostrado desconocer el tejido del país. La Pimec del veterano José González ha sido una voz inclusiva en el desierto de nuestro complicadí­simo presente. Durante los últimos diez años, Pimec ha estado acumulando una formidable cultura basada en la innovación tecnológic­a, el ahorro energético y el perfeccion­amiento de la gobernanza empresaria­l. Cañete, que estaba en la sala de máquinas, será el rostro visible de una organizaci­ón catalana que ha madurado hasta inspirar una nueva cultura empresaria­l en toda España. Si ayer Enric Juliana hablaba de la revolución del hidrógeno verde y de la reindustri­alización en torno al litio, si Seat ultima una gran noticia, también el paso adelante de las pymes es una seria promesa de esperanza. De ellas dependen la cohesión social, la buena salud del mercado de trabajo y un reformismo energético y económico que serán esenciales para superar esta época de nihilismo que incendia nuestras calles con la bandera de la amargura y la desesperan­za.

Ante el nihilismo que incendia las calles, las pymes son promesa de esperanza

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