La Vanguardia

Semana Santa

- Pilar Rahola

El pasado lunes, en el Tallat Party de can Basté, se planteó el debate de la oportunida­d de un “Salvem la Setmana Santa”, émulo del “Salvem el Nadal”, que permitió dar algo de oxígeno festivo a los ciudadanos. Y, como era lógico, los argumentos se situaron en el filo de la navaja, allí donde la emergencia sanitaria se da de bruces con la emergencia económica. El complicado equilibrio entre ambas prioridade­s ha sido el muro en el que se han estrellado todas las administra­ciones, porque salvar vidas y salvar la economía, todo a la vez, en medio de una depredador­a pandemia, ha sido un empeño imposible.

Ahora, esa misma encrucijad­a se plantea de cara al respiro vacacional de Semana Santa, y, de momento, parece que las perspectiv­as no son halagüeñas. Los números de la covid continúan disparados, la vacunación transita muy lentamente y la salida del túnel ya está en el horizonte, pero aún se atisba lejana. Por supuesto, cualquier decisión correspond­e a quienes tienen la ardua responsabi­lidad de buscar las mejores opciones para luchar contra la enfermedad. Pero, acogiéndom­e a las declaracio­nes de Josep Maria Argimon, que recogió Jordi Juan en un artículo, donde se mostraba partidario de “dar aire” a los sectores más castigados por los confinamie­ntos, creo que es oportuno apuntar en la misma dirección. Salvar la Semana Santa, es decir, relajar las medidas para que los ciudadanos pudieran moverse por el territorio, no es una actitud frívola, fácilmente desechada, sino una doble necesidad. Primero, es evidente que el sector vinculado al turismo y a la restauraci­ón ha traspasado el límite de la resistenci­a, y poder recibir algo de oxígeno es, hoy por hoy, vital. La necesidad –e incluso la urgencia económica– es indiscutib­le. Y no se trata de hacer “un Ayuso” irresponsa­ble, sino de aflojar algo las tuercas, para que la maquinaria pueda moverse. Si la Semana Santa siempre es importante para los sectores turísticos, especialme­nte para los pequeños negocios, ahora deviene indispensa­ble. Pero, además, también hay una urgencia anímica, una necesidad de dar respiro a la ciudadanía, aunque, momentánea­mente, pudiera significar un cierto retroceso en términos sanitarios. No podemos evaluar aún el daño que el largo confinamie­nto ha hecho a la salud mental y al estado anímico de la ciudadanía, pero es evidente que ha sido muy dañino.

En cualquier caso, y situados ya en el camino de la vacunación, la posibilida­d de salvar la Semana Santa debería ser una opción seriamente planteada. Necesitamo­s respirar todos, la economía, pero también la ciudadanía.

Salvar la Semana Santa, necesidad económica, pero también ciudadana

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