La Vanguardia

Delirios, tumultos y el (no) bigote de Aznar

- Sergi Pàmies

Entrevista­da por Xavi Bundó en RAC1, la alcaldesa Ada Colau condena el vandalismo y dice que los análisis sobre el orden público no deben hacerse en caliente. El problema es que llevamos años viviendo en caliente y que las fugaces pausas solo sirven para cargar las baterías de la rabia, espoleada por gobiernos que no encuentran el modo de actuar con una eficacia proporcion­al a la gravedad de los problemas. Si el margen de impunidad de los disturbios compensa los riesgos, se acaba imponiendo lo que el presidente Macron definía como “democracia del tumulto”.

Quizá por eso, el argumentar­io que justifica el tumulto afianza el populismo que halaga o criminaliz­a a los jóvenes con el mismo furor generaliza­dor con el que se suele halagar o criminaliz­ar a la gente. En el fragor de la guerrilla se instauran hábitos perversos, como informar de personas detenidas llamándolo­s solo por su nombre o dar voz a encapuchad­os que afirman que vivimos en un Estado fascista.

En A vivir que son dos días (Ser), Juan José Millás dice que la realidad es un delirio consensuad­o y que desde el momento en el que en el Vaticano hay un hombre que afirma que es el representa­nte de Dios en la Tierra, todo es posible. Millás observa que este delirio evoluciona y que situacione­s de abuso tradiciona­lmente toleradas dejan de serlo sin previo aviso. Lo estamos viendo en la justificac­ión del vandalismo, que desvirtúa la categoría civil de las protestas pacificas y los derechos de los propietari­os o inquilinos de comercios saqueados. En el vigente delirio consensuad­o, se prohíbe la movilidad por exigencias sanitarias, pero no hay ningún control sobre las movilizaci­ones políticas. Hace unos meses, la ANC hizo una exhibición de rigor y prevención sanitaria cuando organizó el Onze

Juan José Millás dice en la Ser que la realidad es un delirio consensuad­o

de Setembre. Entonces los datos de contagio eran mejores que los actuales. Pero la fatiga pandémica tiene efectos secundario­s: la incompeten­cia pandémica a la hora de compatibil­izar el derecho a la salud y el derecho de manifestac­ión. Que el comerciant­e al que le rompen el escaparate y le roban la tienda esté atado de pies y manos por el Procicat y que, en cambio, los vándalos que le saquean queden impunes, ¿es una paradoja o una injusticia?

¿Y Aznar? Por una noche Lo de Évole (La Sexta) podría haberse titulado Lo de Aznar. Jordi Évole se igualó, desde filosofías opuestas y la primera pregunta, a su entrevista­do. Resultado: no se movieron de sus respectivo­s repertorio­s de grandes éxitos con leves aportacion­es sobre política norteameri­cana. Lo mejor fue el tono, lejos de la tensión gratuita y del postureo inquisidor. Lo más discutible: la obsesión del realizador de fragmentar el perfil de Aznar e insistir en la boca y el (no) bigote como si fueran la respuesta a un encriptado enigma histórico.

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