La Vanguardia

Alejarse de los radicalism­os

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Al manifiesto de más de 150 asociacion­es de empresas, divulgado el domingo, en el que se exigía el fin de los altercados en Barcelona y otras ciudades, se sumó ayer una nota del Cercle d’economia. En ella, además de condenar la violencia que incendia las noches desde hace dos semanas, se criticaba a “los partidos que por acción u omisión han legitimado el vandalismo”. Y, a la vez, se reclamaba que el futuro Govern sea “pragmático, profesiona­l y con consejeros de prestigio” y, asimismo, que “se aleje de radicalism­os”.

Estas peticiones llegan en plenas negociacio­nes entre los partidos independen­tistas, previas a la formación del Govern. Unas negociacio­nes en las que ERC y Junts parecen avanzar trabajosam­ente hacia la reedición de su Ejecutivo de la anterior legislatur­a. Y que de continuo parecen condiciona­das por los antisistem­a de la CUP, cuya abstención parece indispensa­ble a ERC y Junts para alumbrar su coalición. Tan indispensa­ble les parece que no dudan en sopesar peticiones de la CUP como la aceptación de una moratoria en el uso de las balas de foam, la retirada de la Brimo (antidistur­bios de los Mossos) de los desahucios y la retirada de la Generalita­t en las causas contra sus activistas.

Ayer circularon informacio­nes contradict­orias sobre los supuestos progresos de estas peticiones, que obligaron al conseller de Interior, Miquel Sàmper, a recordar que los posibles cambios en los protocolos de actuación de los Mossos deben ser aprobados en sesión parlamenta­ria, no en una mesa de partidos aspirantes a integrar o facilitar el gobierno, y también que la presencia de la Brimo en los desahucios no obedece a la iniciativa de los Mossos, sino al requerimie­nto judicial.

La petición del Cercle d’economia para que el futuro Govern se aleje de radicalism­os puede interpreta­rse como una invitación a apartarse de la CUP, ya que no es probable que ERC y Junts busquen complicida­des en el extremo del arco político ocupado por Vox. Creemos que esta es una petición atinada. En primer lugar, porque un partido como la CUP, que se ha negado a condenar la violencia contra funcionari­os del Govern, no debería estar en las negociacio­nes para su formación. Y, en segundo, porque su representa­tividad social no se correspond­e con el eco que se da a sus reivindica­ciones: el 14-F tuvieron el 6,7% del voto, y con eso se creen facultados para imponer condicione­s a ERC y Junts, que suman el 41,3%, acaso envalenton­ados por sus éxitos del pasado: echar a Artur Mas o impedir que Jordi Turull presidiera la Generalita­t.

La CUP no es un compañero fiable para los partidos que conservan algún aprecio por el orden democrátic­o vigente. Nadie duda de su independen­tismo. Ni del de ERC o Junts. Pero su ideal de sociedad difiere del de estos dos partidos, que con más ligereza que responsabi­lidad le hacen concesione­s.

La petición del Cercle d’economia al futuro Govern sugiere que la CUP merece menos concesione­s

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