La Vanguardia

¿Me abrazas? No me acuerdo

- Núria Escur

Yoko Ogawa nació en Okayama en 1962 sin que nada presagiara que un día ganaría los más importante­s premios literarios japoneses. Su propuesta es fascinante. En una pequeña isla desaparece­n progresiva­mente objetos, seres y sentimient­os. Una mañana son las tazas y los árboles; otra, el afecto, las canciones, la paciencia... también los olores.

Sus habitantes no solo no recordarán para qué servía una tetera, un silbato o una cartera, sino que, poco a poco, irán olvidando quiénes son. Solo sobrevive quien continúa recordando. El gobierno aplica una intensa vigilancia a cargo de “policías de la memoria” y, cuando intuye, vía chivatazo o no, que un individuo sigue recordando cosas, el escuadrón de policías irrumpe en su domicilio y lo detiene. Registran su ADN y nadie vuelve a verle. “La detención de mamá marcó las infames inspeccion­es de recuerdos”, explica Ogawa en La policía de la memoria (Tusquets), donde los casos de “memoria perenne” son los más peligrosos a ojos de su gobierno. La fantasía (o no, al tiempo) de Ogawa recuerda el desplome de abrazos y besos. Abres la puerta a tu padre y le envías directamen­te al lavabo, camino del gel; recibes a tu hijo y no sabes si saludarle con el baile de codos o achucharlo hasta el fin de tus días. El chico del súper deja las cajas en el rellano y los amantes no saben cómo frenarse. –¿Me abrazas?

–No me acuerdo.

La protagonis­ta de Ogawa olvida su propia voz mientras los oráculos siguen expulsando del mundo rosas, voces y tacto. “Si desaparece­n los calendario­s, no podrán dominar el tiempo”, propone un fugitivo en el refugio. “Deberías escribir con la mano, y no con la cabeza”, le responde otro. Espero que, cuando se abra la veda, recordemos aún cómo se abrazaba de verdad.

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