La Vanguardia

Ya puedo leer otra vez

- Isabel Gómez Melenchón

Dejé de leer el día de la declaració­n de pandemia. De leer libros. De eso hace un año. Hace una semana se me levantó la maldición, o lo que sea que pesara sobre mí, y desde entonces he devorado tres, y no pequeños. Algo se ha removido, por fin.

Ahora estamos cansados, pero hace un año estábamos aterrados. Al menos yo lo estaba, acababa de regresar de Madrid, donde había visto más arte del que podía digerir y había estrechado más manos de las que podía contar, aunque algo, una lucecita interior, se había puesto en modo alarma de forma inconscien­te y esquivé como pude los besos en la mejilla. Eso sí, me reí, como todos, de los asiáticos que se paseaban por los pabellones abarrotado­s de Ifema con una mascarilla bien ajustada. A la vuelta, en el AVE, clase turista, el señor elegante sentado a mi lado empezó a toser y estornudar como si no hubiera un mañana. Cuando lo llamaron por el móvil y se puso a hablar en italiano, la luz roja se me disparó.

Lo que vino después fueron días oscuros, discursos en los que se nos intentaba tranquiliz­ar con un “nadie se va a quedar atrás”, pero han sido miles y miles los que se han quedado, los que se están quedando. No entiendo a la gente que se puso a escribir sus memorias de esos momentos. Yo nunca las leería, ni que las escribiera mi idolatrado Graham Greene. Bueno, en ese caso puede, pero de nadie más. Cuando esto acabe, más o menos, solo querré enviarlas al pozo de la desmemoria con una piedra atada. Pienso que no seré la única.

Esos días iba contando hasta llegar a los 21, que era lo que se pensaba que podía tardar en salir la enfermedad. Respiré cuando llegué al 22. La amiga que había viajado también a Madrid me llamó. Dimos gracias por nuestra buena suerte.

Nunca me ha gustado cocinar, ni se me da bien, probableme­nte por una lógica reacción de causa-efecto. Tampoco hacer punto, ni pintar, ni hacer chapuzas en la casa. Cuando las hago son eso, chapuzas. Lo único que sé hacer es leer. Y no podía.

Pero ahora he recuperado las ganas, casi las ansias. Esta es la lucecita que me dice que sí, que todo irá bien. Ojalá.

Conté aterrada los días hasta llegar a los 21, antes de respirar un poco

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