La Vanguardia

Vota Motta

- Quim Monzó

El domingo por la noche, un servidor estaba en la cama con el transistor junto a la oreja (el mejor método para dormirse plácidamen­te) cuando, de repente, oí la voz de Guillermin­a Motta. Daba las gracias a las cantantes y los organizado­res del concierto que acababa de celebrarse en l’hospitalet, en el teatro Joventut, con el título de Una bruixa com nosaltres. Un concierto orquestado por Sílvia Comes en colaboraci­ón con Anna Roig, Laura Simó i Mone Teruel.

Hace cincuenta años Guillermin­a Motta era la bomba. Buena parte de las nuevas hornadas de bípedos, que pierden el culo por cualquier influencer sin ton ni son, no sabrán quién es, pero revolucion­ó el panorama cultural y lo hizo de una manera bien diferente a la de los revolucion­adores habituales. Tenía una voz deliciosa y utilizaba la picardía con desvergüen­za. Escandaliz­ó a las mentes biempensan­tes con la canción No puc dormir soleta, un canto al deseo sexual que ni siquiera el hecho de que estuviera basado en un poema del XIV evitó que la consideras­en irrecupera­ble. Cantó tangos, cantó cuplés, cantó maravillas como Fes-me mal, Johnny ,de Boris Vian, con Joan Manuel Serrat y Salvador Escamilla haciendo los coros de aquella sátira sadomasoqu­ista:

–¿I quan li farà mal? ¿I quan li farà mal?

–Apa, fes-li mal... Apa, fes-li mal...

–Ja li està fent mal! Ja li està fent mal!

Enric Sió (¿quién se acuerda ahora de lo que significó Lavínia 2016?) le dibujó la cubierta de Visca l’amor! Se pasó años alabando los muslos de Carles Rexach. Ahora, que las mujeres glosen con admiración el cuerpo de un hombre es algo habitual, pero en aquella época había quienes lo considerab­an un atentado a una ley no escrita. Esta temporada, embelesars­e ante el cuerpo del protagonis­ta de Los Bridgerton –ese que recuerda a Ignacio Garriga– es de buen tono feminista, pero entonces desconcert­aba proclamar que se embobaba ante el de un futbolista jovencito y con una napia colosal. Manuel Vázquez Montalbán le escribió Guillermot­ta en el país de las Guillermin­as, una revista musical, como las del Paral·lel pero justo al revés, para que pudiera lucir su desmesura.

Hace cerca de veinte años que vive alejada de las pompas mundanales. El domingo, como una excepción, volvimos a oír su voz por radio. A estas alturas debe de estar otra vez en su casa, mirándosel­o todo desde la distancia. Como siempre, Guillermin­a Motta hace lo que le apetece. Y que dure.

“Pero cuando estemos en la cama, querido, no me hables

del partido”

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