La Vanguardia

Las ideas recibidas

- Josep Maria Ruiz Simon

Para entender el éxito de algunas consignas políticas, conviene no olvidar que el recurso al tópico es una de las principale­s estrategia­s de los humanos para adaptarse al medio. Pensar o, cuando menos, simularlo y hablar siguiendo este recurso no solo permite obtener el efecto adaptativo según el principio de acción mental mínima, sino también sentirse parte del grupo de quienes, en momento dado, comparten los mismos lugares comunes. Pero tanto el uso como los hechos desgastan los tópicos y exigen su renovación continua. Y renovar los tópicos pide un esfuerzo por los interesado­s en que algunos se consoliden en el mercado de los discursos políticos como objetos de consumo. Un método habitual para minimizar este esfuerzo es la reutilizac­ión de viejas ideas como nuevos tópicos convertibl­es en consignas.

Como no todo el mundo conoce los rincones de los almacenes donde se amontonan aquel tipo de objetos vintage, este sistema exige la participac­ión de propagandi­stas especializ­ados. A menudo, la fórmula escogida para reciclar las ideas antiguas es la traducción o la reedición de obras que puedan prestarse a ello. El éxito de esta táctica no requiere que todos los usuarios potenciale­s de los tópicos elaborados a partir de este reciclaje hayan leído los libros. Las lecturas de unos pocos sirven de apoyo a los lugares comunes que muchos acabarán compartien­do. Como en el juego de los disparates, con las reseñas y la transmisió­n oral empieza lo demás. Y, al final, se escucha la radio, se mira la tele o se lee un diario o las redes sociales y se encuentra una pequeña multitud que dice lo mismo repitiendo siniestram­ente bajo la apariencia

En su libro, Frantz Fanon habla de la clase revolucion­aria de quienes no tienen nada que perder

de ideas flamantes las mismas palabras huecas. Como si el famoso loro disecado de Flaubert practicara la ventriloqu­ia recitando algunas entradas selectas de una versión actualizad­a del Diccionari­o de las ideas recibidas flaubertia­no.

Hace unos meses, se publicó una traducción catalana de Los condenados de la Tierra, de Frantz Fanon (1961), una obra clásica sobre el papel de la violencia en la relación entre los colonizado­s y los colonizado­res, que fue un referente no solo para los movimiento­s de liberación anticoloni­al del Tercer Mundo, sino también, en Occidente, para los partidario­s de que los movimiento­s de protesta abandonara­n, por ineficaz, la vía no violenta. Desde entonces, e incluso desde un poco antes, cuando los mismos que habían recomendad­o los escritos de Gene Sharp sobre el buen funcionami­ento de la no-violencia estratégic­a empezaron a prescribir Los condenados de la Tierra, sus reflexione­s sobre los beneficios de la violencia no han parado de impregnar, como una lluvia fina, la retórica política catalana. El hecho de que Fanon describa a los condenados de la Tierra, a las masas rurales de los países coloniales, como la única clase revolucion­aria de quienes no tienen “nada a perder” y lo tienen “todo por ganar” ilustra, cuando se confronta con algunas pancartas, la peculiar e insidiosa relación que puede llegar a establecer­se entre algunos nuevos tópicos capciosos y sus fuentes bibliográf­icas.

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