La Vanguardia

Críquet, poder, casta, nación, religión

- Rafael Ramos AMIT DAVE / REUTERS

En India, en contra de lo que podría pensarse, la religión mayoritari­a no es ni la hindú ni la musulmana, sino el críquet, “un juego de los indios accidental­mente inventado por los ingleses”. Y Dios no es otro que Sachin Ramesh Tendulkar, considerad­o el mejor bateador de la historia, el único que ha anotado cien carreras en cien ocasiones diferentes.

Pero ahora el primer ministro Narendra Modi quiere tal vez reemplazar a Tendulkar como la deidad suprema del país y ha dado su nombre a un estadio recién inaugurado en Ahmedabad (provincia de Gujarat, su base política), con capacidad para 110.000 espectador­es, el mayor de críquet del mundo entero (supera al de Melbourne), y el segundo de cualquier deporte por detrás tan solo del 1 de Mayo de Pyongyang (Corea del Norte), que es multiuso (fútbol, atletismo y lo que sea).

El nacionalis­mo hindú populista de Modi ha llegado al críquet, hasta ahora un oasis que, si bien es cierto que estaba dominado por el dinero y la corrupción que le acompaña, era un factor que unía a los 1.300 millones de habitantes del país (teóricamen­te secular) y superaba las divisiones de raza, etnia, religión y casta.

India está llena de instalacio­nes deportivas, calles y monumentos que llevan los nombres de figuras célebres en la historia de la nación y la lucha contra el colonialis­mo (hay infinidad de Nehrus y Gandhis), pero Modi no ha querido esperar a que se escriba su necrológic­a para que el majestuoso estadio de Ahmedabad, un proyecto suyo que ha tardado tres años en construirs­e sobre el esqueleto del que había antes (solo la mitad de grande), lleve su nombre. Es un símbolo de la nueva India, fuerte, moderna, ambiciosa, llena de confianza en sí misma, inaugurado el año pasado durante la visita de Donald Trump, pero que tan solo ahora acaba de albergar un test internacio­nal contra una Inglaterra quejosa del estado del césped que ha sido humillada de manera inmiserico­rde. Normalment­e los partidos duran entre cuatro y cinco días. Esta vez los locales han liquidado a los europeos en tan solo dos, planteando el problema de la mucha gente que había pagado un buen dinero por entradas para encuentros que no se han llegado a disputar.

Cuando los británicos mandaban en India, el críquet era exclusiva suya, un privilegio de la élite colonial. Hasta que un día decidieron que era la mejor manera de fomentar la unidad de un país dividido por la raza y la religión, con idiomas, culturas y tradicione­s diferentes, y en 1911 una coalición de aristócrat­as, gobernador­es, funcionari­os, periodista­s, militares y hombres de negocios fomentó la

SUPERPOTEN­CIA

India se ha convertido en la gran superpoten­cia del críquet, y el estadio Modi de Ahmedabad en su gran catedral (Lord’s, en Londres, solo tiene capacidad para 30.000 espectador­es, ni siquiera una tercera parte). Ninguna liga del mundo mueve tanto dinero como la IPL (Indian Premier League), en ninguna parte se disputan tantos partidos de tantas modalidade­s, ni se apuesta tanto. A los indios les encanta porque es un deporte que puede jugar cualquiera (gordo, flaco, hombre, mujer, rico, pobre, alto, bajo...). Y encuentran indecible el placer de derrotar a Pakistán o a Inglaterra. creación de una selección nacional integrada por seis parsi, cinco hindúes y tres musulmanes, que desafiaba el tradiciona­l sistema de castas.

Para las fuerzas leales al Imperio, el críquet se convirtió en una manera de promociona­r una imagen positiva de India –que no era más que fuente de problemas– y de asegurar a las autoridade­s de la metrópoli que seguiría siendo parte de la “familia”. La primera gira del equipo por Inglaterra e Irlanda coincidió, no casualment­e, con la coronación de Jorge V como rey. Lo que nunca imaginaron las clases altas inglesas es que las inferiores (hindúes, australian­os, caribeños...) acabarían siendo mejores en el juego que habían inventado por accidente, y que los mendigos se convertirí­an en príncipes, y viceversa. Inglaterra digiere muy mal las derrotas ante sus antiguas colonias.

Inglaterra utilizó el críquet en India como un vehículo del imperialis­mo, pero se le escapó de las manos y se convirtió en factor de autoestima, identidad y autodeterm­inación. Ahora Modi lo usa como una herramient­a de su hipernacio­nalismo hindú, cuando se cumple un año de los peores disturbios religiosos en Delhi en cuatro décadas, en los que elementos de extrema derecha pegaron, dispararon y lincharon a musulmanes, quemaron sus tiendas, sus casas y sus mezquitas, con un balance de 53 muertos.

Wassim Jaffer, un exjugador reciclado en entrenador del estado de Uttarakhan­d, ha denunciado la interferen­cia de las autoridade­s políticas –y en concreto del partido BJP de Modi– en la confección de las alineacion­es, censurándo­le que selecciona­ra a demasiados musulmanes como él. Muy pocos han salido en su defensa. Mientras, el primer ministro ha retirado el nombre de Sardar Patel (figura de la lucha por la independen­cia) al flamante estadio de Ahmedabad, y le ha puesto el suyo, para dejar bien claro quién manda en el nuevo orden económico y social. En la India el críquet es un símbolo de dinero, de poder, de influencia y de gloria.

El críquet es lo que más une a los indios de distintas etnias y religiones. Ahora Narendra Modi lo utiliza para impulsar su nacionalis­mo

Reducto original de las élites coloniales, el cricket se convirtió en un factor de autoestima e identidad

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Acceso al estadio de críquet rebautizad­o con el nombre de Narendra Modi, el pasado febrero
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