La Vanguardia

El último baile

- Carlos Zanón

Joan Laporta sigue guapo. Y ha tenido el buen gusto de no teñirse el pelo. Es el favorito. Y eso le ha restado capacidad de ataque, de competitiv­idad pero también de algunas de sus salidas de pista. Llegó para no perder, y para eso debía ser el candidato de todos. Experiment­ado, maduro y no hablar de más. Por eso este Laporta es aburrido. Tanto que se aburre a sí mismo. Y cómo se le nota. Si gana, todos sabemos qué Laporta poseído veremos la noche del domingo. Y también sospechamo­s el Laporta trumpista de los primeros meses, si es presidente.

Se vota a Laporta como se fichó por segunda vez a Stoichkov. Nunca es como la primera, pero no por eso vamos a dejar de intentarlo. Por eso y porque al otro lado, no hay nadie. El candidato Laporta no ha conseguido engañar a nadie porque ni quiere, ni sabe ni puede. Su Mr. Hyde es demasiado sanguíneo y tormentoso para ocultarlo. Vehemente y apasionado, a ratos abusón y maleducado, pero con los mejores canapés que se recuerdan en el Camp Nou. Aquel Laporta tenía algo de Tony Soprano. De conmigo o contra mí. De rey de las barbacoas (con piscina). Es probable que nos confunda su actual autocontro­l y que éste no sea sino una cierta tristeza ante el último baile. Aún es Tony Soprano, pero el Tony Soprano que lamentaba que ya no viniesen los patos a su piscina. Un Laporta melancólic­o y crepuscula­r que no puede prometerno­s los mejores años de su vida, pero sí ir en busca de un buen relato final, puede ser una buena apuesta. Un Laporta que ha aprendido de las derrotas sufridas es un Laporta que puede ser un buen tipo como presidente. Sin borrones, sin corrupción, sin matonismo ni corbatas como diademas.

Laporta tiene capacidad de entusiasmo, fe en lo imposible. Se le nota que le gusta más disfrutar que sufrir. Su melancolía puede hacer que su soberbia se filtre en amor propio y sus desfases en alegría. Hará propaganda, pero quizás sepa gobernar el club a favor del Barça y no contra nadie. Teniendo en cuenta a los socios, pero también a los aficionado­s de todo el mundo que consienten la presencia del Barça en sus vidas todos los días del año. No el Laporta de la pancarta en el edificio cerca del Bernabeu que ya suena a complejine­s y viejuno. Sino uno nuevo que entienda que la cosa ya no va de eso. El Real Madrid como el Barça son ahora franquicia­s en problemas.

Ahora la cosa va de salvar el fútbol. Desde los críos hasta los aficionado­s. Desde los jugadores hasta las television­es.

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