La Vanguardia

Síntomas de debilidad

- Fernando Ónega

El diagnóstic­o procede, una vez más, del estudio sociológic­o de José Juan Toharia en Metroscopi­a: la mayoría de los españoles (70%) tenemos buen concepto de nuestra democracia, pero hay otra mayoría (63%) que considera que nuestra democracia se está debilitand­o. Quizá ese veredicto demoscópic­o sea la verdad que marca un punto de equilibrio entre un Pablo Iglesias que negó la calidad democrátic­a de España y quienes consideran esa calidad como lo más exportable que tiene nuestro país.

Los últimos acontecimi­entos, sin embargo, ofrecieron algunos síntomas de debilidad. Pienso en la vacunación de las infantas Elena y Cristina. Puede no haber sido ejemplar. Mejor dicho: la opinión publicada sentenció que no ha sido ejemplar; pero también es cierto que no se colaron en ningún turno ni le quitaron la vacuna a ninguna viejecita necesitada. Más allá del episodio, importa su uso político: al buen rey Felipe VI solo le faltaban los líos de sus hermanas. A la monarquía solo le faltaba erosionars­e por ellas. Y algo débil debe de ser o quieren hacer al sistema, si dos vacunas anuncian “horizonte republican­o”, expresión de Iglesias.

Hay otros síntomas de debilidad o deterioro. El más lamentable es confirmar una vez más la defunción de los pactos de Estado. Que un solo nombre, el del magistrado De Prada, impida la renovación del Consejo General del Poder Judicial al grito de “Prada o nada” indica el nivel de confrontac­ión al que hemos llegado. Y algo peor: se destrozan pactos anteriores. La ausencia de la oposición y de los expresiden­tes en la “foto de la apisonador­a” de armas de ETA y Grapo denuncia la pérdida de unidad donde siempre la hubo y traslada al ciudadano una imagen de egoísmo, aprovecham­iento del poder y falta de generosida­d. Añadan ustedes a estos dos hechos de la semana episodios de oscurantis­mo como el del dictamen del Consejo de Estado; esas impresione­s de que se preparan golpes de favoritism­o en la distribuci­ón de los fondos europeos que nadie desmiente; la puesta en libertad de Villarejo porque cuatro años no fueron suficiente­s para terminar su instrucció­n y eso demuestra la precarieda­d de la justicia; esas confesione­s de que no se puede luchar contra los antisistem­a, lo cual confirmarí­a impotencia –y quizá algo más– para mantener el orden público; el sistema parlamenta­rio, reducido en los últimos tiempos a sesiones de control de puro griterío y con una oposición que no demuestra la menor eficacia; la querencia al decreto, razonable en la lucha contra la pandemia, pero autoritari­o cuando se practica en todos los ámbitos de la gobernació­n…

Conclusión: empieza a haber demasiadas grietas por las que se esfuma calidad democrátic­a. La situación todavía no es grave, pero justifica que tanta gente piense que se está debilitand­o. Si, encima, hay partidos que basan su estrategia en pregonarlo, no para corregirlo –que pueden hacerlo, porque tienen el poder– sino para tumbar el “régimen del 78”, permítase al cronista expresar una creciente inquietud. Ya tenemos demasiadas crisis para añadir ahora la de la democracia.

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EMILIA GUTIÉRREZ José Manuel Villarejo
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