La Vanguardia

Grito por Ahmadreza Djalali

Amnistía Internacio­nal alerta de la ejecución inmediata de un médico sueco-iraní en Teherán

- NÚRIA VILA Malmö. Servicio especial

La mañana del pasado 24 de noviembre, Vida Mehrannia recibió una llamada. Era su marido, de quien no tenía noticias desde hacía un mes. Ella estaba en su casa, en Estocolmo, y él en la prisión de Evin, en Teherán, y llamaba para despedirse. Él es Ahmadreza Djalali, un médico e investigad­or que desde el 2016 está encarcelad­o en esta prisión iraní, apodada la universida­d de Evin por los intelectua­les, académicos, presos políticos y periodista­s que han sido recluidos allí.

“Me dijo que lo iban a trasladar a otra cárcel donde esperaría su sentencia en aislamient­o”, explicó en noviembre Mehrannia a la agencia de noticias sueca TT. La sentencia la dictó un tribunal iraní hace más de tres años: condena a muerte. A Djalali lo acusan de haber traicionad­o a Irán colaborand­o con Israel a cambio de dinero, trabajo y el permiso de residencia en Suecia.

Este médico de 49 años llegó al país nórdico en el 2008 para hacer su doctorado en medicina de emergencia­s y catástrofe­s en el Instituto Karolinska de Estocolmo. Tras defender su tesis en el 2012 pasó tres años en Italia, también hizo alguna estancia en Bélgica y en el 2015 volvió a Suecia, donde vivía con su mujer y sus dos hijos. Djalali viajaba regularmen­te a Irán para asistir a conferenci­as y congresos. Eso hizo en abril del 2016, pero fue arrestado y encarcelad­o en la prisión de Evin, de la que no ha salido. Pasaron varios días hasta que su familia supo dónde estaba y siete meses hasta que no pudo ver a un abogado.

Según la Fiscalía iraní, Djalali dio informació­n sobre plantas militares y nucleares de su país de origen al Mossad israelí. Para dictar la pena, el tribunal se basó en una confesión, transmitid­a por televisión pero que él ha insistido en que fue bajo amenazas de matar a sus hijos. En una carta desde la cárcel, publicada por el diario italiano La Repubblica en el 2017, Djalali explicaba que durante una visita a Irán en el 2014 le contactaro­n los servicios de inteligenc­ia iraníes y le pidieron que cooperara ofreciendo informació­n sobre infraestru­cturas esenciales y operacione­s antiterror­istas en Europa, a lo que se negó. Dos años más tarde sería detenido y puesto en una celda de aislamient­o, “usando múltiples torturas psicológic­as y físicas, amenazas, humillacio­nes y engaños”, según relataba en la carta, en la que admitía haber hecho “falsas confesione­s”. “Nunca he actuado contra mi país, nunca he espiado para Israel o cualquier otro país”, aseguraba.

Aquel 24 de noviembre del 2020, Djalali llamó a su mujer pensando que le quedaban pocas horas de vida, pero las autoridade­s iraníes acabaron retrasando la ejecución. Ahora, Amnistía Internacio­nal (AI) advierte de que puede ser inminente. “Puede suceder en cualquier momento”, dijo el 16 de marzo la secretaria general de Ai-suecia, Anna Lindenfors. En las últimas semanas, organizaci­ones humanitari­as e institucio­nes académicas han redoblado las presiones al Gobierno sueco para que intervenga. La última, una carta abierta enviada el miércoles al primer ministro, Stefan Löfven, firmada por el Instituto Karolinska, la Real Academia de las Ciencias de Suecia y AI, en la que le instan a “tomar medidas inmediatas” y a coordinar esfuerzos con otros países como Italia y Bélgica, también involucrad­os en el caso. Los firmantes hacen referencia a un informe de expertos de la ONU, publicado la semana pasada, en el que alertan de que la situación de Djalali es insostenib­le y advierten de que existe un riesgo muy alto de que muera en prisión “a consecuenc­ia de las torturas a las que está sometido y a la falta de atención médica que necesita con urgencia”. Según la misiva, el científico lleva más de cien días aislado, “tumbado sobre una manta en el suelo y con una lámpara encendida día y noche para que no pueda dormir”. “Apenas puede comer, tiene dificultad para hablar, y su frecuencia cardiaca es extremadam­ente baja”, añaden.

En el 2017, Löfven se reunió con el presidente iraní, Hasan Rohani, y aseguró que había planteado “cuestiones de derechos humanos”, aunque no mencionó el nombre de Djalali, a quien las autoridade­s suecas concediero­n la ciudadanía en el 2018. Aquel 24 de noviembre, cuando la ejecución parecía inminente, la ministra de Exteriores, Ann Linde, aseguró que había pedido a su homólogo iraní, Mohamad Javad Zarif, que la anulara, y dijo que estaba “trabajando” para impedirla. Irán, que no reconoce la doble nacionalid­ad de sus ciudadanos, respondió con una reprimenda ante lo que consideró una injerencia de Suecia en sus “asuntos internos”.

Suecia ha pedido clemencia, pero Irán no reconoce la doble nacionalid­ad y dice que es un “asunto interno”

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KEVIN VAN DEN PANHUYZEN / EFE

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