La Vanguardia

Dos señores feos

- Carlos Zanón

En mi barrio había un videoclub regentado por dos señores feos. Objetivame­nte feos y nada amables. Sus rasgos eran tan parecidos que muchos clientes creían que eran hermanos. Se trataba de dos tipos que coincidier­on en un trabajo. La empresa cerró y con la indemnizac­ión se embarcaron en aquel negocio. Eso presuponía que, en algún momento, se llevaron bien. Pero esa no era la situación cuando los frecuenté. Los dos señores feos apenas se hablaban y trataban de no coincidir en la misma parte del local.

Muy a menudo un cliente se dirigía a uno de los dos señores feos refiriéndo­se al otro como su hermano. En ese caso, el interpelad­o se ofendía y, de malas maneras, sacaba de su error al cliente. Siempre pensé que al señor feo en cuestión le ofendía sobremaner­a que esa persona le viera parecidos físicos como para creer que el otro señor feo era su hermano. Lo cómico es que les pasaba a ambos. La confusión era una herida, un insulto, porque los dos señores feos solo veían como señor feo al otro.

Pienso a menudo en esos dos señores feos, en su imposibili­dad de reconocer la Otredad. En no querer aceptar que quizás no seamos nunca cómo nos vemos nosotros y que –desde nuestra parecida fealdad– deberíamos llegar a acuerdos, ceder espacios antes que evitarnos en el mismo local, fingiendo que el otro señor feo no existe. Lo pienso, en especial, al toparme con declaracio­nes de nuestros políticos, con su propaganda de búnker berlinés. Sus aspaviento­s de hooligan en público, su hipócrita sobreactua­ción solo reconocida en privado.

Los dos señores feos cerraron antes de tiempo. Nadie les echó en falta. Ahora hay una tienda regentada por chinos. Hay quien piensa que todos son hermanos pero esa ya es otra historia.

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