Cien años de partidos comunistas
La ola fundacional en Europa, en 1920 y 1921, ha desembocado en un electorado abstencionista o lepenista
La sede del Partido Comunista de Francia está en el número 2 de la plaza Colonel Fabien de París y es obra del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, estrella entre las estrellas. Cuando principiaron los trabajos, en 1969, el PCF tenía 500.000 afiliados, un voto estable del 20% y la ilusión de llegar al poder, jubilado De Gaulle. “La sede del PCF era el símbolo del mañana. Hoy es un edificio semivacío que alquilan para desfiles de modas o rodajes de películas”, señala el profesor Jacques Rupnik, director de investigación de Sciences Po en París y autor de varios libros sobre el comunismo europeo.
Los partidos comunistas de Europa, o lo que resta de ellos, conmemoran su centenario. Después del totémico PCUS, creado en 1912, el Partido Comunista de Francia fue fundado en diciembre de 1920, el PC de Italia el 20 de enero de 1921, el de Portugal el 6 de marzo y el Partido Comunista de España el 14 de noviembre del 1921. En el otro extremo del mundo, un grupo de estudiantes fundaría en la concesión francesa de Shanghai el PC Chino el 23 de julio de 1921.
Cien años más tarde, uno de los problemas es que esa “clase obrera” está desapareciendo. O ya ha desaparecido. Y eso conduce al caso de Francia, el último reducto comunista en Europa que “toca” poder: la clase obrera o se abstiene o vota al antiguo Frente Nacional. En las elecciones europeas del 2019, un 40% del denominado “voto obrero” fue para la extrema derecha. “Hay varias razones: el shock de la desindustrialización y una cita fallida con los hijos de la inmigración, cuyo descontento no ha conectado con el PCF”, aduce Emmanuel Bellanger, director del Centre d’histoire sociale des mondes contemporains (CHS) de la Sorbona. “Entre aquel voto de izquierda y este voto frontiste (lepenista) está la voluntad común y perenne de votar social”, indica el politólogo Pascal Perrineau, autor de Cette France de gauche qui vote FN.
Más allá de dos figuras coyunturales –la ministra Yolanda Díaz, fiel al PCE, y el excomunista Enrico Letta en Italia, que trata de liderar la reconstrucción de la izquierda–, el comunismo en Europa sólo tiene una lucecita: los poderes locales en Francia. Y el segundo sindicato (la CGT). El PCF cuenta con 620 alcaldes, un centenar de consejeros regionales y un departamento tan simbólico como Val-demarne, el último bastión de lo que fue la potente banlieu rouge que rodeaba París desde los años 20. Uno entre 97 departamentos, con malas perspectivas electorales de cara a los comicios de junio después de 45 años de dominio.
“Los ayuntamientos han resistido al hundimiento del partido por una tradición de buena organización y auténtica preocupación por los problemas de los conciudadanos”, señala el profesor Bellanger. “Los alcaldes comunistas tienen la reputación de ser los menos corruptos. Ese activo es extensivo al sindicato CGT en cuanto a cumplimiento de lo pactado, de ahí que esté bien considerado entre las grandes empresas”, observa Jacques Rupnik. Los dos coinciden en que la cultura política de los comunistas casa mal con la de los verdes, la fuerza al alza entre los votantes de izquierda.
El comunismo italiano siempre fue diferente. Menos incondicional de Moscú aunque unos y otros sufrieron por igual el impacto devastador del hundimiento de la
Unión Soviética en 1991 y el desprestigio de una ideología que, curiosamente, sigue firme en la República Popular China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba. Mientras que los secretarios generales del PCF, especialmente George Marchais, no se despegaban un ápice de Rusia, Enrico Berlinguer, secretario general del PCI entre 1972 y 1984, fue el artífice del compromiso histórico sellado con el apoyo comunista al democristiano Giulio Andreotti en 1978, dos años después del 34% del voto –un récord– del PCI. El golpe de Estado en Chile que puso fin al mandato de Salvador Allende fue un jarro de realismo y el detonante del cambio de estrategia que, sin embargo, no sería premiado en años sucesivos por el electorado. Berlinguer fallece en 1984 y el PCI se disolverá al término de su XX Congreso, Rimini, 1991. “Lo paradójico es que los comunistas italianos, a diferencia de los franceses, extrajeron la lección de la primavera de Praga de 1968 –ocupada por los tanques rusos– de que compaginar comunismo y democracia era más fácil bajo el paraguas de la OTAN que del Pacto de Varsovia”, indica el profesor Jacques Rupnik.
“Si miramos a la Europa del Este, donde los comunistas gobernaron hasta la caída del muro de Berlín, no ha quedado nada. Allí donde tuvieron el poder, han desaparecido. El recuerdo del comunismo bueno no es porque solo dejaron dolor”, estima Carmen Claudín, investigadora senior asociada del Cidob.
Hija del respetado Fernando Claudín, apartado del PCE por su oposición al dictado soviético, todavía recuerda escuchar en su casa al checo Artur London contando la oposición de George Marchais a la publicación de La confesión –llevada al cine por Costa-gavras con éxito y guión de Jorge Semprun-. “Marchais le presionaba para que no lo publicase. Cuando vio que no iba a persuadirle, Marchais le deslizó: recuerda que Francia no es siempre tierra de asilo...”.
El PC portugués también quedó lastrado tras la revolución de los claveles por su ortodoxia y seguidismo de Moscú. Llegado del exilio, el secretario general Álvaro Cunhal trasmitía un estilo y ortodoxia anacrónicas, lo que permitió al socialista Mario Soares dar el abrazo del oso a los comunistas, como François Mitterrand en Francia con su programme comun de gouvernement, saldado con la superación socialista de los comunistas de las legislativas de 1978, hecho inédito.
Cien años de los partidos comunistas en Europa. Quizás el problema de su final de trayecto esté en que “la clase obrera ya no es la que era”, en palabras del politólogo francés Roger Martelli.
Entre finales del 1920 y 1921 nacieron los PC de Francia, Italia, Portugal y España
El PCF mantiene feudos pero la “clase obrera” oscila entre la abstención y Le Pen
“Donde tuvieron poder han desaparecido; solo dejaron dolor”, explica Carmen Claudín