La Vanguardia

Las elecciones ‘generales’ de Madrid

Enmadridse­juegagranp­artedelapo­líticaecon­ómica. Pendiente la factura de la actual crisis y con muchas comunidade­s críticas, Ayuso quiere blindar su modelo.

- Manel Pérez

Las próximas elecciones en la Comunidad de Madrid van cobrando importanci­a a medida que se acerca la fecha del voto, el 4 de mayo. Y no solo por los movimiento­s tácticos de los partidos. El de Pablo Iglesias optando por dejar el Gobierno para ser candidato y echar una mano a sus compañeros de Unidas Podemos, peligrosam­ente cerca del extraparla­mentarismo, al decir de las encuestas. O el desafío que supone para Pablo Casado, el presidente del PP, la creciente fortaleza de la líder de su partido en Madrid, Isabel Díaz Ayuso. También, para la recomposic­ión de la derecha, con el doble movimiento del PP, acelerando la descomposi­ción de Cs, por un lado, y comiéndole terreno a Vox, por el otro.

En el ámbito de la competenci­a política, todos estos son vectores muy relevantes. Pero las elecciones en Madrid, los trasciende­n. Pese a su corto mandato como presidenta madrileña, poco más de un año y medio y una exigua labor legislativ­a, Ayuso ha conseguido desafiar en tiempo récord al Gobierno central en casi todos los frentes. Desde el sanitario al económico, con el debate sobre el reparto de fondos públicos y la fiscalidad, en el foco. El eje, un supuesto maltrato a Madrid desde el Gobierno central.

No es exagerado afirmar que la auténtica oposición, en el sentido de efectiva, visible y potencialm­ente dañina para el Gobierno de Pedro Sánchez, no está ya en el Parlamento. Hay que buscarla en la Puerta del Sol. Desde el despacho de la presidenta se acomete contra el Ejecutivo central con un desparpajo radical, que añade potencia a la sencillez de sus eslóganes. Ayuso cotiza al alza en el mercado de votos madrileño.

Lo que no está tan claro que esa fuerza se derive de su gestión. Excepto en la relajación del confinamie­nto y las restriccio­nes con la que está haciendo frente a la pandemia, un rasgo distintivo respecto al resto de los gobernante­s españoles, incluso europeos, nada destaca de su labor. Excepto la guerra declarativ­a.

Su capacidad de saltar los límites de la política autonómica se apoya sobre la concentrac­ión de poder político, económico y riqueza de Madrid. Un fenómeno de acumulació­n acentuado por la visión del PP del papel de la capital como eje y referencia básica de la vida del país. Es más de un cuarto de siglo de ininterrum­pido dominio popular. Más largo que los denostados veintitrés años de pujolismo en Catalunya. En ambos casos, para acabar con parecido número de expresiden­tes imputados.

La aportación relevante de Ayuso y sus audaces asesores es haber dado expresión política acabada y discurso con ambición de hegemonía para bloquear la acción del Gobierno central, a ese Madrid galáctico, artificial­mente musculado con asteroides públicos. A caballo de una crisis institucio­nal, territoria­l, económica y sanitaria.

Algo que intuitivam­ente comenzó a explorar su antecesora y mentora, Esperanza Aguirre, aunque esta se despistó al abrir una guerra interna contra Mariano

Rajoy y por el control de Caja Madrid, en lugar de seguir de frente contra el gobierno de entonces, el del socialista Rodríguez

Zapatero. También, ¡cómo no!, por las inoportuna­s salpicadur­as de los casos de corrupción. Los grupos sociales y de interés que perfilan la acción del Ejecutivo de Madrid están insatisfec­hos con el trato del Estado. Tienen conscienci­a de ser la cabeza del país, se consideran su motor económico y reclaman una retribució­n y un trato simbólico y protocolar­io acorde con ese papel. Ayuso tiene la virtud de decirlo públicamen­te, sin complejos.

En Barcelona, muchos aspiran a romper amarras con el Estado; en Madrid son más ambiciosos: quieren, a la vez, arrancarle más concesione­s y atarle más las manos. Un statu quo progresiva­mente mejorado.

Como ha sucedido en otros lugares antes, el oscuro objeto del deseo es liberarse de la presión económica del Estado, pagar lo menos posible. Libertad es la palabra código, la clave. Los iniciados ya la entienden sin más explicacio­nes. Así fue con Donald

Trump y con tantos otros antes que él: un discurso populista con tintes localistas, que capta votos y difumina el deseo de blindar un modelo que aspira a ganar siempre más pagando siempre menos.

Lo curioso es que políticas como la de Ayuso chocan incluso con su partido. No ahora que está en la oposición. Estos días, Casado también dice que hay que bajar lo máximo posible todos los impuestos. La prueba del algodón es estar en el Gobierno.

Basta recordar el disgusto con el que encajaban Mariano Rajoy y su ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, las rebajas de impuestos de Aguirre. A ellos les resultó imposible aplicar a escala del gobierno central lo que hizo Aguirre y quiere seguir haciendo, aún con más ímpetu, Ayuso. Habrían desmantela­do el Estado, lo que habría supuesto una grave crisis social.

Para el 4 de mayo, esa propuesta económica es el cemento para edificar la hegemonía en el seno de la derecha madrileña. Las tres ramas comparten el plan. Pero solo Ayuso tiene posibilida­des de aplicarlo. Y las circunstan­cias apremian. Por un lado, la factura de la crisis de la pandemia se está preparando ya, aunque gracias a la anestesia del Banco Central Europeo, aún de manera indolora. Por otro, un clima sobrevenid­o de desconfian­za hacia la capital recorre los territorio­s más afectados: desde el laborioso levante, al sur abandonado, la industrios­a Catalunya o las Castillas vaciadas. Cuestionam­iento al unísono del desfavorab­le estado de cosas. Y el Gobierno viene anunciando una reforma legal contra el dumping fiscal practicado desde la capital.

El plan de Ayuso ante esta adversa evolución es, primero, hacer como en el 2011 y pasar la factura de la crisis a la periferia. Después, bloquear la acción del Gobierno central con la barricada de una gran mayoría electoral en Madrid a favor del modelo de privilegio económico y fiscal. Antes del 4 de mayo, las posibilida­des de cambiar las cosas eran mínimas. El resultado electoral puede enterrarla­s definitiva­mente. En tal caso, el escaso margen de política fiscal del resto de las comunidade­s autónomas se esfumará. Y la acción fiscal del Gobierno central quedará altamente limitada por la presión política que se aplicará desde la Puerta del Sol. En las elecciones madrileñas están en juego ámbitos clave de la política económica, como si de unas elecciones generales se tratase.

Las élites madrileñas están insatisfec­has con el trato del Estado; el mérito de ay uso es decirlo en público, sin complejos

La fiscalidad de la capital cimenta a las derechas; y la victoria el 4 -M bloqueará la reforma del Gobierno central

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RODRIGO JIMÉNEZ / EFE Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid
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