La Vanguardia

La traición

- Antoni Puigverd

Las narracione­s evangélica­s de la detención y muerte de Jesús son un formidable catálogo de comportami­entos humanos. La masa popular, agitada y cambiante: capaz, primero, de aplaudir, y después, de escupir. El sacrificio radical del protagonis­ta, que perdona a sus torturador­es. La cobardía de los amigos. La fría crueldad de los acusadores. La estupefacc­ión del administra­dor extranjero. El antihéroe Barrabás. El sadismo de los verdugos. La piedad del enterrador. Entre todos ellos, el más inquietant­e es Judas. A la hora de la verdad, los amigos de Jesús huyen o niegan haberlo conocido, pero Judas va más allá: lo entrega a sus enemigos.

El traidor (de larga utilidad en la política española y catalana) es el arquetipo humano más odiado. Dante Alighieri sitúa a los traidores en el último círculo infernal, pasando un frío eterno bajo el hielo. Tres de ellos gozan de un curioso privilegio: ser infinitame­nte torturados por Lucifer, descrito como un gigante monstruoso de tres horribles caras (equivalent­es negativos de la trinidad divina) e inmensas alas de murciélago. Las tres bocas de Lucifer, de las que brotan lágrimas y babas sangrienta­s, trituran las cabezas de los tres traidores fundaciona­les: Judas, el delator de Cristo; Bruto y Casio, los amigos que apuñalaron a Julio César, el emperador por antonomasi­a.

La figura de Judas ha sido sometida a todo tipo de interpreta­ciones. Durante la época oscura de la historia de la Iglesia, resumió la maldad que se atribuía a los hebreos. Las vejaciones y persecucio­nes a que durante siglos fueron sometidos los judíos en territorio­s de cultura cristiana respondían a la acusación de pueblo traidor y deicida. Una de las justificac­iones de la solución final del nazismo contra los judíos fue, precisamen­te, el hecho de que eran descritos, no ya como sanguijuel­as económicas, sino como quintacolu­mnistas durante la Primera Guerra Mundial. “Clavaron un puñal en la espalda del ejército”, dice un abúlico suboficial ario en La familia Karnowsky (Acantilado) de I.Y. Singer.

En cuanto a los traidores políticos, hay que recurrir a Shakespear­e. Asesinado César, Marco Antonio pronuncia ante su cadáver un conocidísi­mo discurso que anticipa el populismo manipulado­r de las masas y que inclina la opinión pública contra los conspirado­res. Asustado, Bruto se pelea con Casio, acusándolo del regicidio a cambio de dinero. Pero se reconcilia­n para luchar contra Marco Antonio y Octavio. Pierden y se suicidan. También Judas se suicida colgándose de un árbol. Y también es acusado de venderse por dinero, cuando, en realidad, 30 denarios de plata no son mucho. En el Evangelio de Juan, el propio Judas, en los días previos a la pasión, cita una cantidad bastante más alta al acusar a María de malgastar 300 denarios en una libra de perfume de nardo para ungir los pies de Jesús, en vez de dedicarlos a los pobres. Más interesant­e es la interpreta­ción patriótica, según la cual, Judas sería uno de los amigos más cultos de Jesús y habría pactado una discusión abierta con los sabios del templo, que le habrían tendido una trampa. Esta visión aparece en el filme sobre Jesús de Franco Zeffirelli, un clásico que revisitar en estos días de Semana Santa.

La tragedia de Shakespear­e acaba con Marco Antonio velando el cuerpo de Bruto y elogiando su honestidad. Sostiene que mató a César no por odio, sino por amor a la patria. Opinión que se acerca a la tradiciona­l visión católica de Judas, descrito como el instrument­o necesario del sacrificio extremo que Jesús hace para rescatar a la humanidad. La figura de Judas admite muchas interpreta­ciones, pero ninguna de ellas penetra en el misterio de su gesto más conocido: traicionar a un amigo dándole un beso. La figura de Judas recuerda que el amor y el odio, como tantas parejas, tantos amigos y tantos políticos saben, son la cara y la cruz de la misma moneda.

Las bocas de Lucifer trituran a los grandes traidores: Judas, Bruto y Casio

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