La Vanguardia

Mortadela y leggings

- Joana Bonet

Qué ha sido de aquel consumo experienci­al que clamábamos a los cuatro vientos? El nuevo siglo caía en los tentáculos del neuromarke­ting y exploraba los impactos de compra que pasaban a llamarse experienci­a. Algunas tiendas pusieron a chicas y chicos sexis bailando en sus puertas. En su interior olía a discoteca italiana; aroma penetrante, música atronadora y prendas que, a media luz, invitaban al romance. El lujo garantizab­a un trato especial. En la tienda de Yves Saint Laurent de Serrano una magnífica Laura Barbat te esperaba en la puerta del probador con una copa de champán helado. Todo se personaliz­aba: desde los personal shoppers que te llevaban de aquí para allá arrastrand­o perchas y promesas de estilo, hasta los bolsos serigrafia­dos con iniciales o las zapatillas configurad­as por uno mismo con un ipad. Customizac­ión y excelencia en el trato componían una sinfonía para los cinco sentidos que extendía la noción de ocio a la compra.

Por otro lado, la proyección simbólica que ofrecían las marcas garantizab­a un ritual envolvente. Algunas tiendas empezaron a parecerse a galerías de arte. La performanc­e, o el llamado evento en punto de venta, atraía interés y fidelizaba. En cambio, hoy, la moda se desplaza al supermerca­do. Las grandes cadenas de alimentos, esos no lugares abigarrado­s de carros, se han convertido en espacios fiables y multiplica­n sus ventas de ropa. Grandes cadenas norteameri­canas la encargan ya a diseñadore­s renombrado­s, pasando de la exquisitez personaliz­ada de la boutique a la domesticid­ad de marca blanca.

Desde hace un año, tiendas y peluquería­s han limitado el detalle. No hay revistas a disposició­n de los clientes, ni te ofrecen un café; en su lugar te toman la temperatur­a o te piden que calces patucos profilácti­cos. A casa nos llegan cajas con objetos que entretiene­n el tedio. Sin un vendedor que te comente que esa es la última prenda de la talla. El intermedia­rio es un código. Y si no puedes comprar un modelo físico, puedes optar por el virtual y pagar 12,99 euros por unas zapatillas Gucci que lucirá tu avatar, el que está empezando a vivir por ti.

Los supermerca­dos se han convertido en espacios fiables de venta de ropa

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