La Vanguardia

Penitentes

- Enric Sierra

Es admirable el nivel de paciencia y resignació­n que tenemos. Llevamos más de un año con libertades básicas limitadas, como las de movimiento o de reunión. Está vigente desde hace meses un insólito toque de queda mientras galopa la crisis económica y social por los efectos de la pandemia. Todo esto lo asumimos por el llamado bien común y con la confianza de que nos ayudará a salir de este atolladero. Pero en el ambiente se percibe agotamient­o, impacienci­a y un runrún de malestar creciente.

Son varias las razones que explican este sentimient­o de enfado emergente. Por un lado, comprobamo­s que las restriccio­nes no doblegan al virus porque la sanidad sigue muy tensionada, los contagios se mantienen altos y la amenaza de una cuarta ola asoma en el horizonte. A esta sensación de inutilidad se le suman las dudas que generan actitudes como la de la Comunidad de Madrid donde se ha optado por mantener abierta buena parte de la actividad asumiendo el coste pandémico. Ha quedado claro que en España no hay unidad de acción en la lucha contra la covid.

Además, iniciamos hoy una Semana Santa de encierro y penitencia con la novedad de que nadie externo a nuestros convivient­es podrá entrar en casa ni nosotros podremos ir a la de los demás. Y, mientras, veremos en la televisión a los turistas europeos disfrutand­o en nuestras islas y alardeando de ello.

Otra razón principal que explicaría la contención colectiva es la esperanza de la llegada de las vacunas. El proceso avanza

Es admirable la paciencia ciudadana ante la mejorable gestión de las restriccio­nes y del proceso de vacunación

muy lentamente y lleno de tropiezos que alimentan las desconfian­zas. La UE ha salido muy tocada por la gestión de la vacunación y aumenta la sensación de fracaso. Hasta Alemania, líder europeísta, busca vacunas fuera de la estrategia común porque detecta que los alemanes han llegado al límite de la tolerancia. El reciente perdón público de la cancillera Merkel es el claro síntoma de ese clima negativo.

En España la situación no es mejor. La llegada de vacunas parece que también se toma las vacaciones de Semana Santa y la remesa que debía llegar hoy, no lo hará hasta el próximo lunes. Un desastre. Y en Catalunya, farolillo rojo de España en la vacunación a los mayores de 80 años, hemos asistido al caótico coladero de la vacunación del grupo de edad entre 60 y 65 años con miles de personas apuntándos­e sin que Salut les llamara gracias a una web abierta sin avisar.

En este contexto, cada día hay más voces médicas que alertan del efecto negativo de la prolongaci­ón de las restriccio­nes y el aislamient­o. Estos profesiona­les están acostumbra­dos a valorar el equilibrio entre el perjuicio y el beneficio de los tratamient­os y ahora son muchos los que creen que estamos llegando al límite y que hay que abrir aunque ello conlleve un repunte de casos. La olla a presión está muy caliente.

Por eso me admira el grado de paciencia de los ciudadanos. En otras circunstan­cias, y por motivos mucho menos relevantes, hemos visto sonoras protestas. De momento, la procesión del santo Job va por dentro pero la inquietud de los costaleros puede salir a la luz en cualquier momento.

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