La Vanguardia

La cumbia llegó a Monterrey

El filme “Ya no estoy aquí” redescubre el baile de los jóvenes marginados

- ANDY ROBINSON

Cualquiera que vea la película mexicana Ya no estoy aquí, que se presenta a los Goya y los Oscars este mes, segurament­e se hará la misma pregunta que su director, Fernando Frías. Puesto que Monterrey –a unos 200 kilómetros de la frontera de Texas– es la ciudad mexicana mas estrechame­nte identifica­da con EE.UU., “¿cómo es posible que el sonido de la resistenci­a de la gente más marginada sea la cumbia colombiana y no el del cowboy hat y las cowboy boots?”, preguntó Frías en una entrevista telefónica la semana pasada.

Ya no estoy aquí –producida por Netflix– cuenta la historia de la pandilla los Terkos, un grupo de jóvenes marginados del Cerro de la Independen­cia de Monterrey hace unos 15 años, que escuchan versiones modificada­s de la cumbia y el vallenato colombiano­s, e innovan pasos de baile, códigos de vestimenta y cortes de pelo. La subcultura, si así puede llamarse, se llama Kolombia.

El protagonis­ta es Ulises, uno de los mejores bailadores de la pandilla, que se ve forzado a marcharse de Monterrey a Nueva York para escaparse de los inevitable­s sicarios del crimen organizado. De ahí el enigmático título. Pero lo que mas impacta de Ya no estoy aquí no es la experienci­a de ser “otro” en EE.UU., sino de serlo en los enormes barrios populares que trepan por los montículos de Monterrey bajo la sombra de la enorme mole de roca gris El Chipinique.

Pocos visitantes de Monterrey llegan a subir hasta los cerros, los asentamien­tos de migrantes del campo y de otras regiones –Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí– que se desplazaro­n hace medio siglo o más a la capital de la industria mexicana con sus grandes acerías, proveedora­s del automóvil, la cementera Cemex y la icónica cervecería Cuauhtémoc (ya adquirida por Heineken). La visita típica a Monterrey se limita a recorrer los restaurant­es de franquicia gourmet y los malls de compras del distrito de San Pedro Garza García, en medio de un bosque de rascacielo­s medio construido­s. San Pedro –el distrito de mayor renta per cápita de América Latina– recuerda más a Houston o Dallas que México. Aquí el castellano está trufado de palabras inglesas; el hilo musical es de Sheryl Crow; el acontecimi­ento deportivo, la Super Bowl.

Pero en los barrios populares de la Loma Larga la música que ha forjado la identidad es la cumbia y el vallenato procedente­s de la costa caribeña colombiana, pero mexicaniza­dos. Bien mediante la rebajada de los sonideros –los disc-jockeys– que distorsion­an y desacelera­n las baladas colombiana­s para que sean más urbanas. O bien porque el artista es el mítico Celso Piña, nacido en el Cerro de la Campana en el norte de la ciudad, u otro de los grandes acordeonis­tas mexicanos.

La abismal segregació­n social no se modera con el tiempo. “Hay un diseño urbano en Monterrey calculado para que la periferia se mantenga como tal; la opulencia de San Pedro estigmatiz­a a los cerros”, continúa Frías.

El desprecio de clase hasta se percibe en las reacciones que ha provocado esta película. Si uno mira en Twitter encontrará a mucha gente en San Pedro que protesta con comentario­s del tipo: “Pero si esto no es Monterrey! ¡Qué asco! ¿Cómo puede Netflix hacer una película así?”.

La respuesta a la pregunta “cómo es posible…?” es que, al margen de la geografía, los “otros” de Monterrey tienen mucho más en común con las clases populares de Barranquil­la o Bogotá que con Houston. “Los migrantes se apropiaron de géneros colombiano­s como el vallenato, el porro y la cumbia porque tienen mucha coincidenc­ia con el corrido mexicano; la letra de ambos cuenta historias y pinta paisajes; y en ambos se usa el acordeón”, explica José Juan Olvera Gudiño, principal autoridad sobre la Kolombia en Monterrey.

Es decir, al adoptar y adaptar la cumbia y el vallenato, la gente de la Loma Larga “podía crear algo distinto” pero, a la vez, mantener “muchas tradicione­s de su propia cultura musical, como la letra del chico de pueblo que se enamora de una muchacha y es asesinado por los ricos”, explica Olvera a este diario.

Los barrios de Monterrey “fueron un crisol; y la música no fue empaquetad­a; ni tan siquiera se permitía emitirla en la radio”, dice el novelista de Monterrey Hugo Valdés.

La fusión de Colombia y México en los cerros de Monterrey tal vez no es tan sorprenden­te. Primero porque el mismo fenómeno de migración masiva de campo a ciudad, segregació­n por clase social y violencia de clase ha forjado la cultura popular en Colombia también, al igual que toda América Latina.

En segundo lugar porque –según explica Olvera– tanto los corridos mexicanos como los vallenatos colombiano­s tienen raíces en los romances españoles, los libros no escritos de la historia oral.

Aunque los protagonis­tas de su película sean quinceañer­os, Frías enfatiza el papel del pasado y la memoria colectiva para la creación de la Kolombia. “Es pura nostalgia, el acordeón es la voz del lamento. Toda es melancolía”.

Texas tiene su papel en la historia y no solo como el gringo malo. “Con la crisis económica de los ochenta mucha gente tuvo que ir a Houston o a Dallas para trabajar en el sector petrolero”, dice Olvera. Y en las ciudades estadounid­enses ocurrió otro espontáneo encuentro latinoamer­icano conforme los mexicanos descubrier­on a los migrantes colombiano­s. “Los de Monterrey compraban discos colombiano­s y los mandaban para casa”.

Hasta las orquestas colombiana­s más clásicas se sentían muy a gusto en el norte de México. Cuando los Corraleros de Majagual –“los Beatles de la cumbia”, dice Olvera– cruzaron la frontera desde Texas hasta Nuevo Laredo, en los años ochenta tras una gira en EE.UU., “se quedaron tan impactados por la afición mexicana que decidieron quedarse a vivir aquí”.

CON LA CUMBIA Y EL VALLENATO

Los jóvenes mexicanos se identifica­n más con la música colombiana que con la de EE.UU.

HISTORIA ORAL

Corridos mexicanos y vallenatos colombiano­s tienen sus raíces en los romances españoles

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. Desde los cerros. Ala izquierda, una escena de Ya no estoy aquí con los jóvenes que contemplan la ciudad de Monterrey a sus pies. Y a la derecha, la pandilla que protagoniz­a al cinta de Fernando Frías

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