La Vanguardia

Entre el purgatorio y el paraíso

- Daniel Fernández

La frase de Jorge Luis Borges “siempre imaginé el paraíso como una especie de biblioteca” debe de ser la cita más empleada por todo tipo de cargos públicos en el momento de inaugurar una biblioteca o proclamar su inmenso amor al libro y la cultura. Borges dedicó un cuento a ese sueño de la biblioteca infinita o casi infinita,

La biblioteca de Babel, aunque esa idea o ensoñación de un universo hecho de pasillos, estantería­s y tomos encuaderna­dos ya estaba en parte en Silvia y Bruno, el libro menos conocido y leído de Lewis Carroll, por no mencionar El cementerio de los libros olvidados de Carlos Ruiz Zafón.

Las biblioteca­s, como los museos o las catedrales, son monumentos humanos donde una parte de nuestros congéneres no ha entrado nunca. Y sin embargo, son también, tal vez junto con los bomberos, uno de los servicios públicos más reputados y respetados.

No hay más que asomarse a esa nueva biblioteca universal todavía por editar y catalogar que es internet, la red, para poder ver fotos de las mejores biblioteca­s del mundo. Los templos del saber, con sus hileras de libros formando en una parada civil estática e impresiona­nte. El desfile de la inteligenc­ia y los sueños de la especie.

Hay algo de tiempo suspendido y de liturgia en una biblioteca, sí. Son lugares sagrados, que conservan las palabras de la tribu y la promesa de nuevos mundos y conocimien­tos. El silencio forma parte de sus ritos, porque exige una cierta introspecc­ión, una forma de vigilia. En ese sentido, son también lugares de comunidad y casi de culto. Y todo eso se ha potenciado en las últimas décadas. Clubs de lectura, conferenci­as, charlas, cuentacuen­tos, actividade­s para los más pequeños, la incorporac­ión de archivos sonoros y de imágenes, la posibilida­d de usar la biblioteca para ver películas, series, documental­es, escuchar música o, incluso, jugar, físicament­e en una ludoteca o a videojuego­s…

En este tiempo de confusión y cambios en el que vivimos, de vez en cuando regresa la predicción de que una única biblioteca universal y digital arrasará con todas las biblioteca­s del planeta. Hay varias objeciones a ese supuesto paraíso, más bien pesadilla, pues la multiplici­dad de lenguas ya lo hace complicado. Pero es que la biblioteca creo que va a seguir siendo un pilar de la comunidad y de su capacidad para distribuir conocimien­to. Forma parte de las políticas de igualdad y libre acceso a la cultura, es decir, a la vida misma. Es evidente que habrá que readaptar la biblioteca –como los museos– a este nuevo entorno digital, pero la figura del biblioteca­rio como guía y mentor se hace más necesaria que nunca. Casi imprescind­ible.

Habrá que aprender a elaborar listas de lectura y conectarla­s. Y es probable que haya que profundiza­r en el trato con cada lector y conocer y reconocer mejor a cada usuario, pero eso solo va a enriquecer un oficio apasionant­e que va a ser, insisto, más necesario que nunca, porque si algo hemos aprendido en el inmenso bosque digital es que hay que diferencia­r los árboles y saber separar el grano de la paja.

Catalunya tiene una red de biblioteca­s sólida, que hunde sus raíces en la que inició la Mancomunit­at, cuando escuela, biblioteca, carretera y telégrafo acabaron formando un mantra de modernizac­ión que entre otros, en el caso de las biblioteca­s, tuvo como ideólogo a Eugeni D’ors.

Durante bastante tiempo, cosas de la historia y de la política, ha habido en Catalunya dos redes biblioteca­rias, la de la Diputación de Barcelona y la de la Generalita­t. Pero no se trata hoy de buscar ni las causas ni las disputas del pasado, porque el trabajo ha sido bastante impresiona­nte en la ciudad de Barcelona y en muchos lugares más. El Ayuntamien­to de Barcelona y la Diputación con su Xarxa han hecho un trabajo espectacul­ar, aunque no siempre fuera decididame­nte apoyado en los presupuest­os. Pero dejémoslo ahí, porque ha habido de todo. Y la Generalita­t se incorporó más tarde y más lentamente, pero entre todas las administra­ciones han acabado por levantar un conjunto de biblioteca­s que, con sus problemas de dotación, que los siguen teniendo, cubren buena parte del país.

Hace pocos días se inauguró la única biblioteca pública creada en el año de la gran pandemia, la de Corró d’avall, en Les Franqueses del Vallès, y allí se presentó Atena, una pasarela que conecta el catálogo bibliográf­ico de Aladí (el de la Diputación de Barcelona) con Argus (el de la Generalita­t). Habrá problemas logísticos y de todo tipo, pero con Atena ya tenemos un repertorio bibliográf­ico único para todas las biblioteca­s públicas catalanas. Quince millones de referencia­s para cuatrocien­tas y pico biblioteca­s y, salvo los fondos de reserva, se supone que un lector podrá solicitar cualquier libro de ese inmenso catálogo y hasta conseguir que le llegue a su biblioteca más cercana.

Me van a perdonar que me ponga estupendo, pero las biblioteca­s catalanas han empezado a dejar atrás su largo purgatorio para empezar a soñar con ese paraíso borgiano.

La creación de Atena, una pasarela que conecta el catálogo bibliográf­ico de Aladí (Diputación de Barcelona) con Argus (Generalita­t) –15 millones de referencia­s para más de 400 biblioteca­s–, nos acerca al sueño del paraíso borgiano.

Las biblioteca­s son, tal vez junto con los bomberos, uno de los servicios públicos más reputados y respetados

Habrá que readaptar la biblioteca al entorno digital, y la figura del biblioteca­rio se hace más necesaria que nunca

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DAVID AIROB La biblioteca de la UPF, en el Dipòsit de les Aigües, un auténtico templo de la lectura
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