La Vanguardia

Juicio a un expolicía en Minneapoli­s

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Ayer empezó en Minneapoli­s el juicio contra el exoficial de policía Derek Chauvin por la muerte de George Floyd. El 25 de mayo del año pasado, Chauvin, un agente blanco, mantuvo su rodilla durante más de nueve minutos sobre el cuello de Floyd, afroameric­ano, que estaba tumbado en el asfalto y esposado. Cuando la retiró, después de que su presa le alertara cerca de veinte veces que le impedía respirar, Floyd estaba ya inconscien­te. Luego fue llevado en ambulancia a un hospital, donde se certificó su defunción.

Cada año mueren en Estados Unidos alrededor de mil ciudadanos afroameric­anos a manos de la policía. Eso representa el 28% de los que fallecen en lances con los agentes, pese a que la minoría negra supone solo el 13% de la población. Sin embargo, el caso Floyd ha sido, probableme­nte, el que ha generado mayor rechazo social desde el de Rodney King, ciudadano negro que murió apaleado por cuatro policías blancos en una calle de Los Ángeles en 1991. La ola de protestas que desató la fatal detención de Floyd, cuyo agónico vídeo dio la vuelta al mundo, tuvo una enorme repercusió­n global.

Solo el 1% de los agentes de policía norteameri­canos involucrad­os en muertes de ciudadanos son encausados. Muchos menos son condenados. Pero Chauvin –que antes del caso Floyd había acumulado diecisiete denuncias por conducta inapropiad­a en el desempeño de su tarea– afronta ahora cargos por asesinato en segundo grado, asesinato en tercer grado y homicidio en segundo grado. Las condenas correspond­ientes a estos delitos pueden ascender hasta los cuarenta años de cárcel. Pero, si fuera condenado, podría pasar en prisión unos diez o doce, según se desprende de las estadístic­as estatales y la discrecion­alidad de los jueces de Minnesota. A su vez, la defensa de Chauvin tratará de demostrar que Floyd no murió a causa de la intervenci­ón policial, sino de sus patologías previas y del consumo de drogas. Si triunfara la tesis de la defensa, Chauvin podría ser absuelto.

El juicio que ayer empezó con las primeras declaracio­nes ha despertado una enorme expectació­n. La formación del jurado popular –integrado por doce personas, con un índice de diversidad étnica superior al habitual– se ha seguido con detalle. La corte judicial de Minneapoli­s ha sido poco menos que fortificad­a. La policía está en alerta máxima para garantizar la seguridad del juicio y el orden en las calles. Dos mil miembros de la Guardia Nacional están listos para ser desplegado­s.

En Minneapoli­s no se van a juzgar exclusivam­ente los hechos que abocaron a la muerte de Floyd: la sentencia que allí se emita ilustrará si EE.UU. está dispuesto a corregir los abusos policiales contra la población negra o si, por el contrario, el ominoso vídeo de los últimos minutos de Floyd es algo que aquel país pueda digerir sin propósito de enmienda ni cambios en el modelo policial y en el corpus legal.

Está extendida la opinión de que habrá un antes y un después del juicio por la muerte de Floyd. El modo en que murió fue un ejemplo paradigmát­ico de la brutalidad policial tantas veces denunciada. Esos nueve minutos de presión de la rodilla de Chauvin sobre el cuello de Floyd ejemplific­aron la interminab­le rudeza que ha caracteriz­ado tantas actuacione­s policiales contra ciudadanos negros. Y el resultado del incidente nos habla con trágica elocuencia de los efectos de tal modo de proceder.

Antes de que se iniciara el juicio, la Cámara de Representa­ntes aprobó un proyecto de ley, que ahora debe sancionar el Senado, con reformas de la policía para limitar sus excesos, sus conductas racistas y su impunidad. Pero lo que espera una mayoría de norteameri­canos, además de esa reforma legal, es un cambio de la actitud policial cotidiana en las calles. Por ello se considera que el veredicto en el juicio contra Chauvin tiene una importanci­a que trasciende, con mucho, su caso.

El fallo del juicio contra Derek Chauvin, iniciado ayer, trascender­á la muerte de George Floyd

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