La Vanguardia

¿Y si llamas?

- Susana Quadrado

De pronto notas cómo el pánico, que tiene una mano vigorosa y muy grande, comprime tu estómago. El pánico se concentra ahí, en la boca del estómago. Ay. Pulsas una y otra vez el botón izquierdo del ratón, casi de forma compulsiva. Nada. Vuelves a probarlo. Nada. Al otro lado de la pantalla no hay respuesta, solo el vacío. Entonces te apartas un poco del ordenador como quien se aleja del borde de un precipicio.

No se trata de una sensación nueva. La reconoces. Nadie notará a lo que te estás enfrentand­o. Nadie percibirá nada porque a todos les pasa exactament­e lo mismo que a ti. Así, convertida la situación en un mal de muchos, despojas de dramatismo el momento y te engañas con la idea de que lo tienes todo bajo control.

Puedes escribir un SMS. Puedes enviar un correo electrónic­o. Incluso puedes hacer la locura de llamar por teléfono, aunque has perdido la buena costumbre de hablar. Has relegado el teléfono solo a lo urgente. Tu flamenca, el rockero, el cohete, el corazón y el imbécil que sale haciendo el pino se han convertido en expresione­s de tu vida, en emociones que sugieren. Sin esta tropa, te quedas sin qué decir. Los de tu generación vivís entre el fuego cruzado de quienes están dejando de saber todo sobre un mundo que ya no comprenden y quienes empiezan a saber todo sobre un mundo que aún no comprenden. Andáis sin norte. No recuerdas dónde leíste esta teoría, pero te vale.

No querías ponerte profunda, y mírate, recorriend­o las líneas pasmadas que te quedan hasta el encuentro con el final del texto, con la prisa inconscien­te de quien se sabe desconecta­do. Esta tarde ha pasado algo. ¡Ha caído Whatsapp! El caso es que no solo crees haber perdido la conexión con todos tus contactos, sino también contigo misma. Maldito Zuckerberg.

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