La Vanguardia

¿Es el bitcoin el oro digital?

- Xavier Vives X. VIVES, profesor del IESE

La cotización del bitcoin desde octubre del 2020 se ha quintuplic­ado; eso sí, con grandes oscilacion­es. Elon Musk, el mercurial líder de Tesla, le dio un empujón en febrero de este año cuando la empresa compró 1.500 millones de dólares de la criptomone­da. Tesla argumentó que quería optimizar el rendimient­o del dinero en caja no necesario para la liquidez de la empresa. Dicho en otras palabras, que buscaba rentabilid­ad. Esto es lo que piensan los inversores en bitcoins.

Está claro que el bitcoin es un activo especulati­vo. Ya en el 2017 y el 2018 tuvo una fuerte subida y una posterior caída del 80% de su valor. Sin embargo, su más reciente apreciació­n se debe a las compras de inversores institucio­nales y profesiona­les. La cuestión es si estos inversores creen en su valor a largo plazo o piensan que es una burbuja a la que hay que sacar provecho, y vender antes de que estalle. Es la teoría del “tonto el último”. Ha habido muchas burbujas desde la famosa asociada a los bulbos de tulipán en el siglo XVII en los Países Bajos. Más recienteme­nte destacan la de los mercados de valores e inmobiliar­io de Japón en los años 1990, la tecnológic­a (índice Nasdaq) en el cambio de siglo y la inmobiliar­ia asociada a la crisis de las hipotecas subprime en el 2007-2009. Pues bien, la apreciació­n del bitcoin es muy superior a la producida en cualquiera de estas burbujas.

La gran pregunta es saber cuál es su valor fundamenta­l. El bitcoin es un activo que no produce un flujo de renta y que no tiene las propiedade­s que se asocian al dinero. En efecto, el dinero se caracteriz­a por ser un medio de intercambi­o o pago, unidad de cuenta y depósito de valor. Sin embargo, el bitcoin se utiliza poco como medio de pago, es muy ineficient­e (puede procesar solamente hasta cinco transaccio­nes por segundo cuando Visa, por ejemplo, procesa miles) y es muy volátil como depósito de valor. Por ejemplo, los tuits de Elon Musk parece que influencia­n en su cotización. Además, el valor del bitcoin está controlado, en buena medida, por un número pequeño de grandes inversores (las ballenas).

Un medio de pago debe tener la confianza de los usuarios en su valor nominal y estabilida­d a largo plazo. La garantía de valor del euro proviene del Banco Central Europeo, y la del dólar, de la Reserva Federal. El bitcoin es totalmente descentral­izado y no está respaldado por ninguna autoridad. Si una cuenta bancaria o tarjeta de crédito es pirateada, el usuario sabe a quién reclamar. Este no es el caso de un sistema totalmente descentral­izado. El valor del bitcoin reside únicamente en la confianza que le depositen sus inversores.

Una propiedad importante de la criptomone­da es que su oferta es limitada. Esto lo asemeja al oro y, quizás por ello, se le considera como oro digital, pero, obviamente, sin uso industrial. Asimismo, tanto el oro como el bitcoin necesitan mineros para producirlo­s (aunque los mineros del bitcoin compiten para verificar una transacció­n en un sistema contable público digital). Este proceso de verificaci­ón supone un consumo anual de electricid­ad enorme, más que el consumo de Argentina o de Holanda.

La relajación de la política monetaria y el aumento de la deuda en EE.UU. y en la eurozona como respuesta a la crisis de la covid aumentan el riesgo de una posible inflación futura que haga que el dólar y el euro pierdan valor. Algunos inversores pueden pensar que el bitcoin será un valor refugio, pero es solo una posibilida­d que depende de que se mantenga la confianza en la criptomone­da. Hay otra contingenc­ia: que el bitcoin tenga una crisis de confianza y que su valor se desplome dado que no tiene respaldo de un banco central. De hecho, las facilidade­s que su sistema descentral­izado da para el anonimato y la financiaci­ón de actividade­s ilícitas hacen posible que los reguladore­s intervenga­n y precipiten su caída. Otra amenaza para el bitcoin es tecnológic­a: que se pueda descifrar su encriptaci­ón; la computació­n cuántica es un candidato para conseguirl­o.

La tecnología de cadena de bloques (blockchain) que subyace en el bitcoin es como un libro contable digital (una base de datos distribuid­a) donde queda registrado el historial de todas las transaccio­nes. Esta tecnología es disruptiva pues permite la verificaci­ón de transaccio­nes y contratos sin un intermedia­rio. La irrupción de las criptomone­das ha supuesto un revulsivo para los sistemas de pago y ha catalizado el surgimient­o de monedas digitales como los stablecoin­s, respaldado­s por una moneda o cesta de monedas, como en el proyecto Libra, promociona­do por Facebook. La tecnología blockchain ha llegado para quedarse y puede tener aplicacion­es múltiples para evitar la necesidad de intermedia­rios que certifique­n transaccio­nes.

En resumen, aunque el bitcoin no es un buen medio de pago, sino un activo especulati­vo, la tecnología que ha permitido su desarrollo es disruptiva y promete ser útil en una diversidad de circunstan­cias. Por ejemplo, yo mismo podría imitar al periodista de The New York Times Kevin Roose, que subastó una columna suya mediante el blockchain, convirtién­dola en un token no fungible (NFT). Obtuvo 560.000 dólares por la foto certificad­a de su columna.

El valor de la criptomone­da reside únicamente en

la confianza que le depositen sus inversores

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KAREN BLEIER / AFP
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