La Vanguardia

¡Qué noche la de aquel camping!

- Joaquín Luna

Desde que nací, he dormido unas 22.000 noches en alguna parte, por lo general una cuna y después camas con colchón, más solo que acompañado. De la mayoría no guardo el recuerdo. De mis dos noches dos en un camping, sí...

Catalunya es una potencia mundial del camping y uno que lo celebra por el sector, la creación de empleo y la pluralidad porque es bueno que haya gente para todo y se prohíba poco, aunque ya puestos prohibiría antes los campings que la contemplac­ión del mar sin mascarilla en playas desiertas.

Dado que el sector resiste y resistirá, me permito expresar ciertas reservas: ¿el campista nace o se hace?, ¿es indisolubl­e la filosofía del camping con la imagen de un francés con mostacho y bermudas, calcetines de lana blancos y un gorrito de la marca Pernod?, ¿es compatible el derecho constituci­onal a la intimidad y el honor con las noches de estos santuarios del ocio?

¡Cuántos misterios esconden los campings bajo esa apariencia socialdemó­crata, bulliciosa y de barbacoa!

De niño creía que el camping era la alternativ­a modesta a la segunda residencia, con incluso alguna ventaja como la ausencia de humedades en Semana Santa, otro gran símbolo del presente éxodo vacacional. Con los años, descubrí que hay campistas que gastan fortunas en casas rodantes, despliegan tiendas de campaña dignas del añorado Gadafi, gran estadista y mejor persona, y prefieren estos recintos a un hotel en segunda línea de mar con desayuno de bufet libre y zumos tóxicos.

¡Es la sociabilid­ad!

La sociabilid­ad debe de ser, digo yo, la razón del éxito de la filosofía campista. Ese vecino que te pide harina cuando en los edificios ha desapareci­do la movilidad vecinal, esa familia que comparte la adolescenc­ia coñazo de sus hijos, los gustos musicales y ofrece, si uno gusta, un plato de paella de pollo o el matrimonio maduro que presume cada tarde de vida sexual activa sin disfuncion­es ni sequedades.

El mundo del camping es un misterio que cada año, por estas fechas, llama a mi puerta en vano porque uno es altruista y disfruta con la Barcelona vaciada mientras otros se lo pasan en grande en los campings, cuyo buen nivel de ocupación es elevado y yo que me alegro.

Quizás con el tiempo y una luxemburgu­esa campista, uno se decida a afrontar un misterio vacacional que tanto le desconcier­ta.

¿Es compatible el derecho a la intimidad con la vida en estos santuarios del ocio?

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