La Vanguardia

Marca (de lujo) Barcelona

- Ramon Suñé

Siempre he creído que uno de los factores menos reconocido­s pero que más han influido en el éxito de la marca Barcelona a lo largo de casi 30 años ha sido la autoestima de los barcelones­es, el orgullo individual y colectivo de pertenecer a una ciudad como pocas hay en el mundo. Es cierto que en los últimos tiempos ese orgullo ha quedado un poco tocado. Lo apuntaba esta misma semana la macroencue­sta de Servicios Municipale­s encargada por el Ayuntamien­to, en la que la satisfacci­ón de vivir en Barcelona, aun siendo todavía altísima (un 7,3 sobre 10), recibía la puntuación más baja desde 1995.

Estoy convencido de que ese atisbo de desafecció­n urbana, sin duda acentuado por la pandemia, no es exclusivo de Barcelona. En tiempos de covid ninguna metrópoli es inmune a ese desencanto generaliza­do. Quizás aquella máxima de que el futuro es de las ciudades, que algunos gurús de laboratori­o sociológic­o predicaban como verdad absoluta hasta hace muy poco, se sustente sobre pilares menos sólidos de lo que pensábamos.

En un momento de derrumbe de los viejos esquemas, de reinvenció­n de casi todo, es positivo, necesario, que Barcelona redefina su marca global. Aunque sin renunciar a una actividad que ha reportado muchos más beneficios que calamidade­s, la marca Barcelona no puede

La ciudad ha de buscar la excelencia y por eso hay que poner en valor ensayos como el concierto del Sant Jordi

volver a ser, solo, poco más que una marca turística que en ocasiones se ha vendido demasiado barata. La ciudad ha de buscar la excelencia en otros ámbitos y, por eso, precisamen­te ahora que andamos un poco carentes de orgullo, es justo poner en valor experienci­as innovadora­s como el concierto/ensayo clínico vivido el pasado sábado en el Palau Sant Jordi.

Los promotores de festivales, espectácul­os y salas musicales, con el apoyo de la tecnología, la ciencia y la medicina, están dando un ejemplo de cómo plantar cara a una situación extremadam­ente difícil, sin someterse a la resignació­n ni refugiarse en la queja. Mientras algunos miran todavía con inexplicab­le admiración al Madrid de Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida, convertido en indiscutib­le capital europea del turismo negacionis­ta y de borrachera, en Barcelona un grupo de resiliente­s se unen entre ellos y con la administra­ción pública para tratar de hacer las cosas bien, para buscar soluciones sin pretender cosechar un rédito inmediato (no hubo negocio alguno, sino todo lo contrario, en el concierto del Sant Jordi) sino intentando abrir vías de recuperaci­ón de un sector malherido por la pandemia y la crisis económica por ella engendrada. Y todo eso a partir de una experienci­a exportable a otras actividade­s y a otros países.

Esta es la nueva marca Barcelona que deberíamos producir y proyectar al mundo, una marca de la que volver a sentirnos orgullosos.

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