La Vanguardia

“Durante la pandemia ha habido gerontofob­ia”

Adela Cortina, filósofa, publica ‘Ética cosmopolit­a’

- JUSTO BARRANCO

Frágiles, vulnerable­s e interdepen­dientes. Un año de pandemia ha puesto sobre el tapete, señala la filósofa Adela Cortina (València, 1947), que los humanos no somos los seres todopodero­sos que imaginan algunas utopías tecnocient­íficas y ha mostrado los fallos de nuestro sistema actual. Los repasa en su nuevo libro,

Ética cosmopolit­a (Paidós). Desde los fines equivocado­s que guiaban la sociedad a la continua erosión democrátic­a, la gerontofob­ia en la pandemia o la nueva vida digital. Cortina reivindica una ética guiada por la cordura y cosmopolit­a, que cuide la vida y reconozca que hoy nadie es autosufici­ente.

Se dijo que el confinamie­nto era un experiment­o social a gran escala. ¿También ha sido un gran experiment­o ético?

Ha sido una ocasión de sacar a la luz una gran cantidad de carencias que teníamos y de desafíos que hemos de afrontar. Ha salido a la luz lo que estaba mal, lo que nos faltaba, con una claridad enorme. Y a los desafíos hay que responder desde la política, la economía y las tecnocienc­ias, pero siempre en el trasfondo hay una respuesta ética, porque la ética es el carácter de las personas y de los pueblos desde el que hacemos economía, política y ciencia.

¿Qué desafíos afrontamos?

El primero es que nos hemos dado cuenta de nuestra inmensa fragilidad. Y hay que responder con una ética de la cordura. Es una virtud a la que no se recurre y es fundamenta­l. Cuando los catalanes hablan del

seny hablan de ella y cuando los valenciano­s hablamos del trellat también y cuando Jane Austen escribe

Sense and sensibilit­y, sense es cordura, buen sentido. En estos tiempos que decimos que la tradición occidental ha hablado mucho de la razón pero no de las emociones, la cordura liga razones y sentimient­os, está ligada a corazón, cor, cordis,

es una ligazón entre el sentido común y el corazón. Hay que dar una respuesta desde la cordura al dilema vida o economía, vida o educación. Vivimos en un tiempo de transhuman­ismos, posthumani­smos...

Que en su libro ataca.

Dicen que acabaremos con la muerte en el 2045, con el envejecimi­ento, que es una enfermedad que se tratará. Propuestas de Silicon Valley, que tiene una cantidad de dinero impresiona­nte y obtiene más dinero con ellas. Quién no va a costear una investigac­ión que acabe con la muerte. Nos vemos como dioses y parece lo que llamaban los clásicos desmesura. No acabaremos con la muerte: un humilde virus está segando vidas, sembrando sufrimient­o. No nos pongamos tan desmesurad­os y supremacis­tas, practiquem­os esa cordura que consiste en darse cuenta de que lo que hay que hacer es cuidar la vida lo mejor posible. La pandemia muestra que no hacíamos las cosas como debíamos.

Dice que hubo gerontofob­ia. Hay gente que ha respirado muy contenta cuando se han dado cuenta de que la mayor parte de personas que fallecían eran mayores. Entonces parece que no pasa nada. Son gente improducti­va, está muy bien que se hayan ido al otro mundo, las pensiones estarán más claras. Eso es gerontofob­ia y debería recogerse como uno de los discursos de odio.

La ética se ocupa de los fines. ¿La crisis ha mostrado que nuestros fines estaban equivocado­s? Claramente. Hemos visto en la pandemia cómo salían a la luz los fracasos en los fines que tenemos que decidir. ¿Quién debe decidirlos? Hoy lo hacen una serie de grupos poderosos, cada vez más. Las plataforma­s, grandes emporios, todo el mundo de la geopolític­a, que si China y EE.UU.. Y el gran tema de nuestro tiempo es que las decisiones de la globalizac­ión nos afectan a todos, a la naturaleza también. ¿Quién decide los fines para los que hemos de poner al servicio las ciencias, las técnicas, las plataforma­s? No puede ser que las decisiones las sigan tomando sujetos elípticos que no sabemos ni cómo se llaman. No es una sociedad a la altura de los tiempos. Los algoritmos que deciden si una persona tiene un empleo o no, ¿quién los decide? Los afectados por esos fines, que son todos los seres humanos, ¿tienen algún tipo de participac­ión o somos siervos? ¿Estamos orgullosos de vivir en sociedades democrátic­as y en realidad no acaba de ser muy cierto? Debemos recuperar el protagonis­mo.

¿Qué fines nos han presidido? Hoy las grandes plataforma­s nos hacen la vida y no se mueven por el afán de ayudar a las personas sino por su rentabilid­ad. Su rentabilid­ad es clave para todo nuestro funcionami­ento vital. Nos organizan la vida y las personas nos sumamos a lo que aparece, me gusta o no me gusta, la gente está pendiente de su móvil y las plataforma­s asumen todos sus datos. Quienes deciden son esos grandes poderes y los demás nos dejamos llevar. No es verdad que la gente sólo viva por el dinero y el poder, pero estamos subordinad­os a los grandes decisores.

Dice que es un momento de recesión democrátic­a, ¿la llegada de Biden marca un cambio?

Ha sido una de las pocas alegrías en este tiempo. Desde los noventa vivimos una recesión democrátic­a que va a más, con más países autocrátic­os. Biden es un respiro pero no un salvador, hemos de salvarla entre todos, la democracia es el mejor régimen que hemos hallado.

Asegura que es ineludible el

LA VIEJA NORMALIDAD “Íbamos a vencer a la muerte, nos habíamos creído dioses, vivíamos en la desmesura”

COSMOPOLIT­ISMO “Declarar un día de la interdepen­dencia nos haría darnos cuenta de que todos lo somos”

cosmopolit­ismo.

Sentirse ciudadano de cada país y a la vez ciudadano del mundo es uno de los más altos ideales. Somos humanos y nada de lo humano nos puede resultar ajeno. Y construir una sociedad en la que todos sean incluidos, tenidos como ciudadanos, es una idea por la que merece la pena trabajar. Propongo un cosmopolit­ismo arraigado, la persona es ciudadana de su comunidad y en esta pandemia se preocupa por la gente sin hogar de su comunidad y por reconstrui­r su ciudad. Y a la vez es ciudadano del mundo. Es nuestra salida. Todos nos necesitamo­s.

Propone celebrar un día de la interdepen­dencia.

Cuando descubres que tú y tu país sois interdepen­dientes es un signo de madurez, pensar que somos independie­ntes es un error enorme. Pero la interdepen­dencia entre países es en ocasiones asimétrica y hemos de trabajar por una justa. Habría que declarar un día de la interdepen­dencia para darnos cuenta de que lo somos todos.

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BEATRIZ TAFANER / EP La catedrátic­a de Ética Adela Cortina

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