La Vanguardia

El descenso de Biden jr. a los infiernos

El hijo del presidente de EE.UU. relata en un libro su lucha contra las adicciones y reivindica su trabajo para Ucrania

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

La pregunta no faltaba en ninguno de los mítines de Donald Trump durante la última campaña electoral: “¿Dónde está Hunter?”, preguntaba el entonces presidente estadounid­ense. El protagonis­ta de esas diatribas, Hunter Biden, ha estado en muchos sitios en los últimos años, pero no piensa irse a ninguna parte, escribe el hijo pequeño del actual presidente de Estados Unidos en un libro autobiográ­fico de 272 páginas en el que detalla su lucha contra su adicción al alcohol y el crack, al tiempo que defiende las decisiones que le convirtier­on en blanco de los ataques de los rivales de su padre.

“Solo en los últimos cinco años, mi matrimonio de 20 años se ha roto, me han puesto varias veces una pistola en cara y en un momento dado me dejé caer viviendo en hoteles de mala muerte en la autopista (...) asustando a mi familia más aún que a mí mismo”, relata sin ahorrarse los detalles más escabrosos sobre cómo conseguía y preparaba la droga Biden jr., un abogado de 51 años actualment­e retirado en California, donde ha encontrado solaz en la pintura al lado de su nueva esposa, Melissa Cohen, la persona que le ayudó a salir del pozo.

El luminoso título del libro, Beautiful things, es un homenaje al mantra que se repetían con su hermano mayor Beau, fallecido en el 2015 víctima de un cáncer cerebral. Ambos sobrevivie­ron al accidente de tráfico que costó la vida a su madre y su hermana bebé cuando tenían cuatro y dos años respectiva­mente, y siempre se decían que vivirían para ver cosas hermosas. El episodio los marcó por siempre. “No veo ese trágico momento como algo que resultara necesariam­ente en conductas que llevan a la adicción”, pero a veces “me permite entender mejor por qué me siento como me siento”, escribe, según los extractos avanzados por la prensa americana. Tenía ocho años cuando probó el alcohol por primera vez. Era 1978 y su padre había sido reelegido senador.

No es difícil imaginar la sombra del padre y prometedor hermano planeando sobre Hunter, siempre etiquetado como el hijo rebelde. A los 14 años empezó a beber de forma abusiva. Aunque se sentía culpable por decepciona­r a su padre, que no bebía y animaba a sus hijos a imitarle, “al mismo tiempo solo quería volver a hacerlo”. La bebida le ayudaba a superar sus insegurida­des. El alcohol y las drogas le acompañaro­n en sus años en Georgetown y Yale, donde estudió Derecho.

Se instaló en Washington y formó una familia, pero su adicción fue a más. Al nacer su tercera hija, su mujer Kathleen lo forzó a seguir un tratamient­o de desintoxic­ación. Su hermano Beau – fiscal general de Delaware, visto por su padre como su sucesor natural– le acompañó a sus primeras reuniones de alcohólico­s anónimos. Cuando su padre se sumó a la campaña de Barack Obama, Hunter tuvo que dejar su trabajo como lobbista para evitar conflictos de intereses. Se encontró ahogado en un mar de deudas y subido a un tren de vida que no podía permitirse. Recayó en la bebida.

Junto con un amigo, fundó una consultora internacio­nal cuyos pasos volvían a cruzarse con los de su padre, entonces vicepresid­ente. En el 2014, aceptó un empleo en la gasística ucraniana Burisma. Le pagaban decenas de miles de dólares al mes. El fichaje suscitó críticas, pero su padre y Obama callaron.

En el libro, Hunter defiende su trabajo (ayudar a la empresa a cumplir la legislació­n internacio­nal anticorrup­ción), aunque reconoce que su mayor activo profesiona­l era su apellido. Tener un Biden en su junta directiva era “oro” para la gasística, “una forma de decir ‘jódete’ a Putin”. Aunque sostiene que la polémica sobre su fichaje es “de una banalidad épica” y una gran hipocresía por parte de Trump, admite que no volvería a aceptar el trabajo, que mantuvo durante la peor fase de su adicción a las drogas. Solo lo dejó cuando su padre ya era precandida­to presidenci­al.

Con la muerte de Beau en el 2015, su mundo se desmoronó. Su adicción a la bebida empeoró y su matrimonio se hundió. Alguien le ofreció cocaína. De ahí pasó al crack. Durante varios meses vivió en casa de su camello, una mujer a la que había conocido durante sus años en Georgetown. Pasó cinco meses en Los Ángeles viviendo entre adictos, ladrones y estafadore­s. “Fumaba crack cada 15 minutos”, reconoce.

Entretanto, había iniciado una relación sentimenta­l con la viuda de su hermano, Hallie. “Estábamos buscando desesperad­amente el amor que ambos habíamos perdido”, escribe. La relación fracasó. Los intentos de sus padres de que ingresara en un centro de desintoxic­ación, también. En el 2019, aceptó ingresar en una clínica. Su padre lo abrazó y lloró largamente al despedirse. Pero en cuanto entró al centro, llamó a un taxi y se fue a un hotel del aeropuerto, donde se pasó dos días fumando crack.

Volvió a California. Allí, poco después, conoció a Melissa, una cineasta sudafrican­a que se lo llevó a su casa y poco a poco lo ayudó a poner su vida bajo control, dejar el alcohol y la droga. La pareja, que se casó a la semana de conocerse, tiene un niño pequeño llamado Beau. En noviembre apareció con la familia para celebrar la victoria electoral de Joe Biden. Ante la inminente publicació­n del libro, que llega a las librerías el martes, la Casa Blanca se ha remitido al comunicado publicado por Joe y Jill Biden en febrero: “Admiramos la fuerza y la valentía de nuestro hijo Hunter para hablar abiertamen­te de sus adicciones para que otros puedan verse reflejados en su viaje y hallar esperanza”.

“Admiramos la fuerza y la valentía de nuestro hijo Hunter para hablar de sus adicciones”, dicen Joe y Jill Biden

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CAROLYN KASTER / AP / ARCHIVO Hunter Biden y su hermanastr­a Ashley observan al ya presidente abrazando a la primera dama tras la toma de posesión, el pasado 20 de enero

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