La Vanguardia

Fe por Puigdemont

- Álex Sàlmon

Ni a ERC ni a Jxcat se les pasan por la cabeza unas nuevas elecciones. Una segunda ronda de urnas no guarda relación con una segunda tanda de copas. No es lo mismo repetir para seguir de buen rollo que convocar una nueva contienda electoral que sabe a fracaso. Ni aunque las encuestas digan lo contrario.

Recuerden a Ciudadanos en el 2019. Los trackings pueden dar informació­n supuestame­nte veraz, pero pueden acabar siendo espejismos, como ya le ocurrió a Albert Rivera en su ensoñación presidenci­al.

Por ello, y en circunstan­cias diferentes, los partidos que están jugando a formar gobierno, ERC y Jxcat, saben que es mejor quedarse con lo evidente y salir adelante. Claro que, a estas alturas, ¿qué es lo evidente? Y comienza el juego.

¿Quién ganó entre el independen­tismo? ¿O fue en realidad un empate? Preguntas que se responden con un “solo fueron 35.000 votos de diferencia”. Por ello, aparecen las reflexione­s sobre a quién se le ha concedido el derecho a liderar, no tanto el Govern, que también, sino el poder del movimiento del procés tras el resultado del 14-F.

Si esta semana Catalunya no eligió ya un president fue por el juego de poderes al que la política catalana acostumbra a dedicarse. No hay más. Y es un juego de tronos eterno. El que ya visualizáb­amos en la época Pujol, y se mantuvo tras su marcha de la política y el posterior proceso de destronami­ento del mito.

Controlar los presupuest­os de la Generalita­t posibilita tener poder de decisión sobre adónde va el dinero. Porque ese es el auténtico poder, no tanto determinar qué tipología de leyes puedan hacerse partiendo de los programas electorale­s de cada partido. Aunque sea lamentable, no es un crítica. Se trata de una descripció­n factual que conlleva un peligro cuando el método se convierte en dogma.

Y ahora estamos ante dos dogmas: el que suscita la palabra de las deidades que convergen en Waterloo y las que ahora habitan como almas en pena en Palau, donde hay despachos que parecen poseídos, a los que es mejor no acceder por temor a caer en desgracia.

¿Alguien se ha preguntado si Pere Aragonès se atreverá a utilizar el despacho de president de forma habitual cuando acceda a su cargo? Las preguntas más sencillas de la humanidad han tenido respuestas complicada­s repletas de tabúes cuando ha interferid­o la fe mal entendida. El poder de Puigdemont en este momento es un acto de fe con la fuerza del que no está.

Los días de Pasión culturalme­nte cristiana dan para todo tipo de conclusion­es variopinta­s. Hay versiones para ateos, agnósticos o creyentes. Pero en todas ellas existe un común denominado­r que cuestiona el poder que deberá tener Puigdemont en la próxima legislatur­a. No hay mucho más. Ni programas electorale­s ni propuestas políticas, aunque puedan ser muy radicales.

ERC se ha metido en ese laberinto sola. Temer o creer en el que no está, como fuerza gravitator­ia del independen­tismo post 1-O. Pero tiene lógica: tampoco existe la Generalita­t republican­a y en ella basa su futuro Aragonès. Que nos pillen confesados.

Si esta semana Catalunya no eligió ya un president fue por el juego de poderes

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