El pasado que no cesa

Hace unos cuantos días recibí por vía digital –la pandemia por desgracia dificulta los envíos físicos– un ejemplar de La mujer del retrato, publicado por Nórdica Libros. Se trata de un cómic biográfico, espléndido, acerca de la figura de Concepción Arenal, sin duda una de las mayores pensadoras y escritoras del siglo XIX. El relato se centra en su infancia y juventud y está ilustrado con abrumadora sensibilidad y acierto por Teresa Novoa, tataranieta del personaje. El texto va a cargo de Mónica Rodríguez, singular escritora licenciada en Ciencias Físicas y especializada en energía nuclear, detalles que sin duda habrían fascinado al siempre curioso e inquieto personaje histórico. Un libro que es a la vez reivindicación y acto de amor. Agradecimiento y justicia. Todos venimos de historias que nos han hecho posibles. Todos formamos parte de la carrera de relevos que es la vida, de la cadena de eslabones cuya tarea es no soltarse y seguir.

En esos mismos días estaba leyendo la novela Gran Sertón: Veredas, de Guimarães Rosa, en la excelente traducción de Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar publicada por Adriana Hidalgo, y tropecé con la siguiente frase referida a los momentos en que se vuelve la vista al pasado: “Hacia atrás no hay paz”. Me impresionó la aseveración y me quedé un rato pensándola. Por supuesto no se refería a los recuerdos, sino a las cuentas pendientes, a lo que no había alcanzado a cerrarse.

En mi mente se relacionaron de inmediato ambos libros y la coincidencia dio luz a una certeza: es verdad, hacia atrás no hay paz mientras no haya justicia. Guimarães no hablaba de la memoria, sino del olvido. Arenal no merecía habitarlo y el arte se encarga ahora, generaciones después, de rescatarla para traerla al presente, de donde nunca debió desaparecer.