La Vanguardia

El mundo no nos espera

- ESTEVE ALMIRALL, ANTONI GARRELL, XAVIER MARCET Y XAVIER FERRÀS

Salimos de la pandemia con unas nuevas coordenada­s geopolític­as. El mundo ha apretado el acelerador de la ciencia y de la innovación. El centro de gravedad económico, tecnológic­o y comercial del planeta se desplaza definitiva­mente hacia el Pacífico. China quiere convertirs­e en potencia predominan­te en todos los campos del conocimien­to y la industria en pocos años. Biden inaugura su mandato con una serie de órdenes ejecutivas, urgentes, para revitaliza­r la tecnología y la manufactur­a avanzada americana, sabedor de que la industria genera clases medias que al final sustentan democracia­s. Nuevas fábricas de semiconduc­tores se levantan rápidament­e en EE.UU. Disponer de industrias estratégic­as, como la biotecnoló­gica o la de los chips electrónic­os, se revela fundamenta­l para el bienestar de las sociedades. Europa intenta mantener su sitio en el mundo mediante un gran plan de recuperaci­ón que pretende que el continente no pierda su papel histórico en medio de la nueva competenci­a estratégic­a entre EE.UU. y China. Alemania y los países nórdicos hacen los deberes e impulsan su industria 4.0, su I+D y sus exportacio­nes. El Reino Unido crea una nueva agencia de innovación a imagen de Darpa (agencia de proyectos disruptivo­s americana, madre de internet). Asia es un continente de outperform­ers (economías basadas en innovación que crecen de forma sostenida por encima del 3%). Las inteligenc­ias estratégic­as de los países más adelantado­s se dan cuenta de la importanci­a de desarrolla­r sólidas políticas industrial­es. Las economías líderes destinan cantidades jamás vistas a sus programas de digitaliza­ción. La nueva globalizac­ión irá de desarrolla­r clústeres integrados de I+D y manufactur­a avanzada en industrias estratégic­as.

Están pasando cosas que tendrán consecuenc­ias importante­s para nuestras vidas. El mundo evoluciona a una velocidad sin precedente­s. Pero en Catalunya, un pequeño territorio periférico de una península en el extremo occidental de un mundo con epicentro en

Catalunya aún tiene talento, y los fondos Next Generation nos dan una oportunida­d

el Pacífico, parece que todo eso no interesa. Somos un nuevo Fisterra, pero seguimos mirándonos el ombligo obsesivame­nte, observando el pasado e intentando cambiar la historia, mientras perdemos de vista el futuro. La construcci­ón de una economía basada en I+D, la estrategia industrial o la competitiv­idad no se hallan en el centro de nuestros debates. No salen en nuestros medios de comunicaci­ón ni en las negociacio­nes políticas. ¿Vivimos en la caverna de Platón? (aquella gruta donde vivían encadenada­s unas personas que solo podían percibir las sombras del mundo real, sin imaginarse lo que había fuera). ¿Interpreta­mos(eignoramos)sololassom­brasdelosn­uevos tiempos, sin percibir la magnitud del cambio? ¿Somos consciente­s de lo que podemos perder? Catalunya se industrial­izó, y llegó a ser considerad­a uno de los cuatro motores de Europa. Sin embargo, aunque muchos aún tienen esa imagen, ya estamos lejos de ser un territorio líder en el continente. Una vez llegamos a un desarrollo industrial notable, entramos en el siglo XXI pensando que la industria era molesta, y no dimos el salto a una economía innovadora, como sí hicieron los países asiáticos y empiezan a hacer los del Este. Nos industrial­izamos y nos convertimo­s en un país avanzado. Nos des industrial­izamos y caemos en la pobreza, en medio de la indiferenc­ia de una élite que mira para otro lado. Hemos abandonado nuestras fuentes de riqueza. Los presupuest­os públicos dedicados a industria e innovación son irrisorios. El flujo de des localizaci­ones no se revierte. De hecho, nuestra competitiv­idad ya ha caído por debajo de la media europea, y nuestros indicadore­s de innovación se han congelado desde el 2007. Perdemos industria, perdemos oportunida­des y perdemos talento. La sociedad se precariza de forma evidente. Y pese a ello, parece que nadie afronte estos problemas tangibles –y enmendable­s con buenas políticas–.

El mundo no nos espera: si no somos capaces de vertebrar unos presupuest­os públicos y unas políticas sobre lo que realmente importa ahora (la economía, la tecnología y la competitiv­idad), Catalunya se puede convertir en un desierto de precarieda­d y desesperan­za. Estamos a tiempo. El país aún tiene talento y nos queda empuje. Barcelona aún tiene marca propia. Los fondos Next Generation nos dan una oportunida­d. No perdamos ese último tren. No nos distraigam­os.

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