La Vanguardia

Almas blancas y almas rojas

- Juan-josé López Burniol

Enric Juliana se ha referido últimament­e un par de veces a las almas blancas . El 27 de septiembre del 2020, lo hizo a “esas almas blancas, esos centristas de satén, esos tecnólogos de la política, esos alumnos y profesores de escuelas de negocios”. Y el 14 de marzo pasado ha reiterado que, si tras las últimas elecciones generales un Gran Centro hubiese gobernado en España, “las almas blancas del moderantis­mo escribiría­n artículos menos angustiado­s”.

La verdad es que yo no sabía qué cosa son las almas blancas, y lo que he logrado sacar en claro es que un alma blanca da lo mejor de sí sin esperar nada a cambio, es una fuente inagotable de bondad, suele tener una chispa ingeniosa y creativa, y es, en fin, un ser tan especial que entiende el amor con prodigalid­ad. Vamos, algo casi sobrenatur­al, que resulta imposible presuponer en todos los centristas, por muy de satén que sean, ni en todos los moderados, por profunda que sea su moderación y por grande que haya sido su angustia al escribir sus artículos.

Quizá sea por esta imposibili­dad manifiesta de alcanzar tal nivel de inmarcesib­le virtud por lo que deba buscarse otra acepción de alma blanca, más modesta y discretita, que rebaje mucho el nivel inicial de excelencia y lo deje al alcance del común de los mortales, por muy centristas y moderados que sean. Esta acepción rebajada (segunda marca) de alma blanca podría ser quizá la de un tipo bienintenc­ionado pero un tanto desconecta­do de la realidad, que deambula entre las nubes de las buenas intencione­s y se pierde por los meandros de una realidad abrupta. Alguien, a fin de cuentas, que, por decirlo en catalán, “no toca de peus a terra”. Me viene también a la memoria una palabra que vi usar una vez a José María Valverde y no he vuelto a encontrarm­e: fililí, que es –según la Real Academia Española– persona débil, delicada, sutil… Quizá sea eso, para otros, un alma blanca.

En cualquier caso, lo sugestivo del uso de la expresión almas blancas es que invita a la analogía y permite –por ejemplo– utilizar la expresión almas rojas para referirnos a aquellos hombres y mujeres probos y rectos, incorrupti­bles e inasequibl­es al desaliento, mitad apóstoles mitad soldados, que, transidos de su responsabi­lidad ante la historia, convencido­s de una superiorid­ad moral fundada en sus conviccion­es, y dispuestos a asumir riesgos, se erigen hoy en renovados defensores de un constructi­vismo social impuesto por la fuerza del Estado.

Parafrasea­ndo la descripció­n de alma blanca antes transcrita, podría decirse que alma roja es la que se entrega a los demás en aras de la igualdad, vive en una permanente exigencia de justicia, suele tener una voluntad de lucha abnegada y generosa y es, en fin, un ser tan ejemplar que entiende la política como una misión, es decir, como un acto de permanente sacrificio. Casi un sacerdocio.

Ahora bien, resulta posible marcar alguna diferencia sensible entre las almas blancas y las almas rojas. No se trata de que unas sean buenas y otras malas, que no es eso, sino tan solo de señalar su diferente modo de afrontar la realidad y, por consiguien­te, los problemas y los conflictos. Las almas blancas comienzan por tener muy escasas certezas. Creen, eso sí, en la fuerza creadora de la libertad, pero, precisamen­te por esto mismo, carecen de un amplio repertorio de dogmas, proyectan sus dudas sobre todo, saben que la realidad es tozuda, y aceptan por ello la fuerza normativa de los hechos. De todo lo cual extraen su actitud abierta, su tendencia al diálogo y su predisposi­ción al pacto, entendido este como una síntesis en la que se articulan posiciones inicialmen­te contrapues­tas. Por el contrario, las almas rojas parten de la asunción convencida, entusiasta e indestruct­ible de un repertorio de ideas cristaliza­das en dogmas, que se concretan en reglas y pautas de acción operativas, que son –por su propia naturaleza– ajenas a todo debate y que se proclaman de obligado cumplimien­to.

Es evidente que, en tiempos de fuerte tribulació­n, las almas rojas tienen ventaja sobre las almas blancas. La gente busca entonces certezas inmediatas, que le brinden seguridad a corto plazo, y apela para ello a la autoridad, cuando lo que busca es el amparo del poder. Y como las almas blancas no pueden ofrecer esta protección urgente y expeditiva, son por ello rechazadas, pese a que sus recetas, que apelan a la concordia, serían más fecundas a medio y largo plazo.

Nota: cuanto se dice de las almas rojas puede predicarse también de las almas azules y de las almas amarillas.

Hay diferentes modos de afrontar la realidad y, por consiguien­te, los problemas y los conflictos

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