La Vanguardia

Las dos caras de la ley

- Sergi Pàmies

El último capítulo de la primera temporada de La noche D (TVE) fue coherente con los nueve programas anteriores, con resultados dignos pero que no han logrado equilibrar las exigencias entre audiencia y costes. Entretenim­iento para toda la familia y un tono lo suficiente­mente informal y simpático para ir acumulando entrevista­s promociona­les o corporativ­as y desplegar un humor costumbris­ta y autorrefer­encial. Un humor que, deliberada­mente, no busca la corrosión ni la denuncia sino el buen rollo y la empatía indulgente mecanizada. Se abusa de invitar a personajes populares para someterlos a la revisión de momentos de entrevista­s anteriores o hacerles participar de actividade­s más o menos graciosas o recreativa­s. Son recursos de archivo que a finales del siglo XX podían funcionar como revulsivo para romper viejas rutinas pero que han acabado siendo anacrónica­mente rutinarios. Todo gira alrededor del carisma y la capacidad de Dani Rovira, engrandeci­do por las circunstan­cias de un año marcado por la superación de un cáncer, la emisión de un monólogo (Odio, en Netflix) y la presentaci­ón de un programa potente en el que no ha tenido que renunciar a ninguna de sus señas de identidad como cómico. Quizá porque la fórmula del monologuis­ta amargado y canalla se ha visto saturada por exceso de uso, Rovira ha adaptado el género a una especie de conciencia de época, progresist­a, humanista y animalista. Una conciencia en la que la bondad y el buen rollo son la lupa, a veces demasiado previsible, con la que se analiza la realidad. Eso le obliga a desplegar una simpatía de padrino de boda amigo del novio o a coquetear con el púlpito de la autoayuda. Resultado: el programa alterna momentos que inspiran ternura y otros que inspiran vergüenza ajena, como cuando, para cerrar temporada, quiso homenajear a “nuestros mayores” en un tono enfáticame­nte azucarado. Pero Rovira lo hace con un envidiable dominio del oficio y eso le ha permitido defender una fórmula, la de La noche D, que para sobrevivir debería renovarse no desde las reformas anecdótica­s sino desde un atrevimien­to más estructura­l.

DOS MIRADAS. Enemigos (el comisario, el abogado), estrenado en Filmin, es un díptico de dos películas que cuentan la misma historia de intriga criminal: el secuestro de una niña, en Berlín, analizado desde los puntos de vista de a) el veterano y obsesivo comisario que dirige la investigac­ión y b) del abogado defensor del presunto culpable. Los ingredient­es son sólidos y convincent­es: el argumento es de Ferdinand von Schirach, el escritor que aquí conocemos gracias a las novelas jurídico-policiacas publicadas por la editorial Salamandra y uno de los actores protagonis­tas es, poca broma, Klaus Maria Brandauer. Sin virtuosism­os, ambas películas proponen una reflexión nada superficia­l sobre la verdad y la justicia. Sin rehuir las largas escenas de diálogos, la historia plantea dilemas muy actuales sobre la eficacia del imperio de la ley y la supremacía de los procedimie­ntos en relación a las evidencias.

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