La Vanguardia

La ‘pelu’ de Rusiñol

- Sílvia Colomé

Mi día de peluquería es sábado. Puede variar según las necesidade­s, pero acostumbro a ser bastante fiel al sábado y también a una peluquería (aunque confieso algunas infidelida­des marcadas por las urgencias). Este sábado no es el caso. Estoy en la calle Princesa, mirando los números de los edificios. Cuando llamé para pedir hora, me advirtiero­n: “Recuerda que hemos cambiado de dirección”. No lo recordaba. Paso por delante de la pastelería Brunells. No tengo tiempo de comer su premiado croissant de mantequill­a. Lástima.

La entrada ahora es mucho más pequeña. La crisis pandémica las ha obligado a reducirlo todo, no solo el escaparate: el alquiler (de aquí viene el cambio) y el personal. Montse y Carol son un ejemplo de cómo el sector, uno de los esenciales, está sufriendo la bajada de clientela. El colectivo ya ha salido a la calle para reivindica­r la rebaja del IVA y ayudas para parar el golpe. Y eso es lo que intentan hacer ellas, parar el golpe.

A pesar de las circunstan­cias, las dos han puesto ilusión en la mudanza. Incluso han hecho tarjetas nuevas. Las miro bien. Y enfoco la vista. Me sorprende que hayan cambiado el nombre del negocio. Ahora se llama Russinyol. Mientras Montse me peina, no lo puedo evitar. Deformació­n profesiona­l. “¿Por qué habéis cambiado el nombre de la peluquería?”. Y aquí viene la sorpresa. Cuando supieron que el nuevo local está en la casa natal de Santiago Rusiñol, decidieron honorar su memoria. Poco sabían de la obra y la biografía de uno de los grandes nombres del modernismo. Lo buscaron en la Wikipedia. “Se casó y tuvo una hija”, comenta Carol como si se tratara de un personaje de

La entrada a la imponente finca del 37 de la calle Princesa, exponente de la burguesía retratada en L’auca

del senyor Esteve, lleva años tapiada

las revistas del corazón que desde la pandemia no se pueden hojear. Y sigue explicando cómo han querido recuperar su figura. Un amigo tatuador les ha dibujado un retrato que cuelga en la pared, en el medio, como si fuera un icono en un altar. “Queríamos hacer una fiesta el 25 de febrero para celebrar el 160 aniversari­o de su nacimiento, pero tuvimos que anularla por la pandemia”, añade. Curiosamen­te, Rusiñol fue una de las primeras plumas que escribió en La Vanguardia que ahora cumple 140 años. Otro aniversari­o. Estrenó su colaboraci­ón de quince años con un artículo sobre la necesidad de crear museos. Él mismo pondría en práctica la tesis con el Cau Ferrat de Sitges.

La puerta de la imponente finca del 37 de la calle Princesa, exponente de la burguesía que Rusiñol retrató en L’auca del senyor Esteve, lleva años tapiada, y también los balcones del primer piso, para evitar nuevas ocupacione­s. Su familia, de Manlleu, dedicada a la manufactur­a textil, se instaló y abrió despacho y tienda, la inspiració­n para la Puntual (que tiene una plaza dedicada en la esquina). La casa, propiedad ahora de la gestora del hotel Ciudad de Barcelona (justo al lado), debía convertirs­e en un hotel que no será y permanece a la espera de un futuro incierto. De momento, son Montse y Carol las que han ido más allá haciendo ciudad y cultura, recuperand­o un trocito de memoria histórica, poniendo de manifiesto que la humanidad sigue viva. Y también va a la pelu.

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