La Real Sociedad gana la Copa del Rey al Athletic (0-1)
Un penalti resuelve una final insulsa a favor de los donostiarras, campeones
Hay algo en toda final, llámese el aroma del miedo.
O, para ser más cautelosos, el espíritu especulativo.
Las finales se disputan con especial cuidado. El juego tiende a concentrarse en los elementos defensivos, convirtiendo el asunto en un producto tan apasionante, por incierto, como inapetente.
En esas citas ocurren pocas cosas sobre el terreno de juego. El tiempo avanza al trantrán, martillo pilón que aburre al espectador e invita al chascarrillo: “Avanzamos inexorablemente hacia la prórroga y los penaltis”.
Todo eso venía a la mente en el primer periodo de la final de anoche, cuando un chaparrón vasco se tendía sobre Sevilla, aturdiendo a los jugadores, futbolistas que habían llegado a la cita con 350 días de retraso, consecuencia de la covid, y que ahora debían fajarse ante un aforo minúsculo (más allá de personalidades como el rey Felipe VI, las altas instituciones deportivas del país o el seleccionador Luis Enrique), porfiando en el 2021 por un título del 2020, lo nunca visto.
Luego amainó y saltó a calentar Villalibre y el espectador se hizo ilusiones.
Acaso no estaba todo perdido: quién sabe. ¿Saldría la trompeta?
Acaso aquello fue premonitorio. Mientras calentaba Villalibre, el partido entró en una nueva dimensión. Dos revisiones del VAR, ambas en el área del Athletic, hicieron del asunto un trabalenguas.
La primera revisión, una hipotética mano de Íñigo Martínez, quedó en la nada.
La segunda, ya no. Íñigo Martínez, de nuevo, quedaba en el centro de la historia: derribó a Portu a carrera lanzada y el VAR resolvió a favor de la Real Sociedad. No se decretó roja, pero sí penalti. Oyarzabal no falló ahí.
El gol abrió la final. Cuánto se jugaba el Athletic. No gana la Copa desde 1984, desde los tiempos de Goiko, Maradona, Schuster y el fútbol-kárate. Ahora, se le estaba escapando una y ya veremos qué ocurre en dos semanas, cuando dispute su segunda final copera –la que definitivamente corresponde al 2021–, precisamente ante el Barça.
Sacó el acelerador el Athletic, decidido a hacer todo aquello que no había hecho hasta entonces. Sin embargo, a esas alturas, la Real ya se había aposentado en La Cartuja.
Igual que el Athletic, la Real también tenía sus deudas históricas. Había que bucear en el tiempo para localizar su último título copero. Había que irse a la edad de piedra, a 1987. Es el segundo de sus títulos, una rareza pues el primero supera de largo el centenario: nos remite a 1909, cuando la Real era más bien un equipo de ciclismo, el Club Ciclista San Sebastián.
Tan pronto como Oyarzabal firmaba el penalti, se sucedieron algunas carreras, múltiples titubeos en ambas áreas. Fue así durante un cuarto. Aparecieron
SIN ARGUMENTOS
El Athletic jamás compareció en el partido: Muniain, Iñaki Williams y Raúl García no entraron en escena
Isak, de un lado, y probó cosas Iñaki Williams, del otro, antes de que la final volviera a ser una final: se recogió la Real, no encontraba soluciones el Athletic y se trabó el juego. ¿Dónde estaban Muniain y Raúl García?
Salió Villalibre al fin, un toro rodeado de centrales donostiarras, e Imanol Alguacil sentó a David Silva, el artista jugón de la Real, único elemento distintivo en un partido insípido.
Villalibre enredó algo en el área donostiarra, pero sus embestidas fueron leves aguijonazos, nada que pudiera perturbar a la Real, ese mismo conjunto que está disputando una temporada de más a menos, que hace un par de semanas encajaba un sonrojante 1-6 ante el Barça y que ahora, paradojas de la vida, es el campeón del 2020, aunque ya estemos muy metidos en 2021.
El fútbol levanta pasiones, incluso enciende ciudades –durante la tarde había habido desordenados correcalles en algunas plazas de Bilbao y San Sebastián–, pero también puede convertirse en un espectáculo indigesto, pobre como Carpanta.