La Vanguardia

El legado del electricis­ta

Lech Walesa, líder de la revuelta obrera polaca de 1980 contra el régimen comunista, se apaga. Pero Gdansk mantiene vivo su espíritu rebelde.

- Lluís Uría

Hace unos días, Lech Walesa se despidió. “Como no sé cuándo volveremos a vernos, ni si volveremos a vernos, me gustaría decir que todo lo hice por servir bien a la nación. Hasta la próxima, si el destino me permite seguir en esta Tierra un poco más. Si no, rezad por mí”. Primer presidente de la Polonia democrátic­a (1990-1995) y Premio Nobel de la Paz, exlíder y fundador de Solidarnos­c (Solidarida­d) –primer sindicato independie­nte del bloque soviético– e icono de la lucha contra el régimen comunista, el mítico electricis­ta de los Astilleros Lenin de Gdansk se disponía a ingresar en el hospital para una intervenci­ón de corazón y colgó un vídeo de adiós en las redes sociales. La despedida se demostró precipitad­a. La operación acabó bien. Y si la salud se lo permite, a sus 77 años, promete seguir hostigando la deriva autoritari­a del actual Gobierno nacionalis­ta e iliberal de su país.

Lech Walesa es, como cualquier otro, un hombre contradict­orio, con sus zonas de luz y de sombra. Su etapa como presidente, y también como líder sindical, tienen sus críticos. Pero casi nadie discute el enorme valor de su liderazgo en el movimiento que condujo al derrumbe de la dictadura comunista. La caída del Muro de Berlín en 1989 no se entiende sin la precursora revuelta obrera polaca de 1980 en la antigua Danzig alemana, a orillas del Báltico. Ni sin el apoyo de la Iglesia católica y muy en particular del papa Juan Pablo II, con quien Walesa, un fervoroso creyente, estableció un fuerte vínculo.

En los últimos años, el partido político dominante en Polonia, el nacionalis­ta ultraconse­rvador Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczynski –un antiguo aliado de Walesa convertido hoy en su principal enemigo–, se ha empeñado en reescribir la Historia y minimizar el papel del sindicalis­ta en el movimiento de 1980, mientras intenta presentarl­e como un traidor que habría colaborado con la policía secreta comunista.

Es cierto que Walesa figuraba como informante, bajo el nombre clave de Bolek,en documentos oficiales hallados en casa del desapareci­do general Czeslaw Kiszczak, antiguo ministro del Interior del régimen. Walesa habría sido captado –u obligado a firmar como colaborado­r– en 1970, tras ser detenido junto a otros miembros del comité de huelga tras la revuelta de los astilleros de Gdansk de ese año –en que murieron medio centenar de obreros por la represión policial–, y habría prestado supuestame­nte sus servicios hasta 1976. Él asegura que nunca llegó a actuar como confidente y que jamás cobró por ello. De hecho en el 2000 fue oficialmen­te exonerado por el Tribunal de Verificaci­ón de Varsovia.

En cualquier caso, lo que sí está probado es que en los años setenta Walesa participó activament­e en el movimiento sindical clandestin­o –lo que le valió varios despidos como represalia– hasta culminar en la gran huelga de agosto de 1980 en la que participar­on 17.000 trabajador­es y que forzó al régimen a ceder ante reivindica­ciones que excedían las meramente laborales: el protocolo firmado con el Gobierno reconocía la libertad de expresión y de sindicació­n, así como el derecho de huelga. De ahí nacería Solidarnos­c, que en menos de un año captaría a 10 millones de afiliados.

Como es conocido, esa primera y breve apertura acabó abruptamen­te con la declaració­n de la ley marcial por el general Wojciech Jaruzelski, a la sazón ministro de Defensa, que asumió el poder, ilegalizó el sindicato y detuvo a sus dirigentes. El golpe de Estado –¿acción desesperad­a o maniobra para evitar una intervenci­ón rusa?– no hizo más que retrasar lo inevitable. La llegada del reformista Mijaíl Gorbachov al poder en la URSS en 1985 impulsó la reapertura del régimen y en 1989 se celebraron unas elecciones semidemocr­áticas que dieron entrada en el Parlamento a la oposición. Jaruzelski nombró entonces primer ministro, al frente de un gobierno de coalición, a un consejero de Walesa.

El electricis­ta de Gdansk fue elegido presidente de Polonia al año siguiente, en las primeras elecciones democrátic­as. Pero solo duró un mandato. Y no fue poco discutido. En diciembre de 1995 concurrió a la reelección y salió trasquilad­o.

Defraudado y sin otros medios de vida, el 2 de abril de 1996 –el viernes se cumplieron 25 años del evento, según los recordator­ios de efemérides– se reincorpor­ó a su antiguo puesto de trabajo en los astilleros, para pasmo de propios y extraños. (No hay muchos casos así, pero no es el único: en 1989, quien fuera secretario general del PCE, Gerardo Iglesias, regresó a trabajar en la mina de Rioturbio, en Mieres, tras dejar el partido y la política) De todos modos, el nuevo Walesa duró poco como electricis­ta: a las pocas semanas, el Parlamento aprobó una ley que reconocía el derecho de los expresiden­tes a una pensión del Estado y lo dejó.

Su último intento de tratar de recuperar la presidenci­a, en el 2000, se saldó con un fracaso estrepitos­o (1% de los votos) y Walesa decidió abandonar finalmente la política. Desde entonces, sin embargo, ha utilizado su nombre y su prestigio para criticar el autoritari­smo y antieurope­ísmo del Gobierno nacionalis­ta, a quien la nueva dirección de Solidarnos­c parece haberse rendido.

Los astilleros de Gdansk fueron privatizad­os y, aunque se libraron del cierre –lo que no sucedió con otras viejas industrias europeas–, hoy solo emplean a 2.000 trabajador­es. Pero Gdansk ha seguido fiel a su alma rebelde. Junto a otras ciudades del país, donde la oposición se ha hecho fuerte, encabeza la resistenci­a a los ultraconse­rvadores. Antes de ser asesinado por un ultra en el 2019, el carismátic­o alcalde Pawel Adamowicz había convertido a la ciudad en referente de una sociedad abierta, tolerante y multicultu­ral, reconocida con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia como símbolo de la lucha por las libertades cívicas. Sus sucesores han mantenido la misma línea. Lech Walesa ha empezado a apagarse, pero el espíritu de los obreros de Gdansk sigue vivo.

Desde su retiro político, Walesa se ha dedicado a combatir la deriva autoritari­a del Gobierno nacionalis­ta

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GETTY Lech Walesa durante la huelga de 1980 en los astilleros Lenin de Gdansk
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