Politólogos y juristas analizan las estrategias (y sus riesgos) para hacer frente a la extrema derecha
pero advierten de los riesgos y coinciden en que no hay atajos.
“Levantarse cuando habla Vox es lo peor que se puede hacer porque les sitúa en el centro de la noticia –advierte el catedrático de Ciencia Política de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) Joan Botella–. Los diputados que abandonan el pleno obtienen una fotografía impactante y, por un bajo coste, también patente de antifascistas, pero a la vez se victimiza a los supuestos fascistas, un término que además no se puede utilizar alegremente”.
Lo que hay que hacer con Vox es disputarles el terreno, apunta, en el ámbito dialéctico y en el policial, investigar las conexiones internacionales, la financiación, cómo se han implantado en España, ver si hay ilegalidades. “Lo que quieren los autoritarios es que se saque el debate del ámbito de la reflexión. Y si argumentan por ejemplo contra el feminismo, hay que combatirles con discurso, no disfrazarte de superioridad moral”, añade.
En la misma línea se pronuncia el profesor del departamento de Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) Carles Pont, quien cuestiona la estrategia del todos contra uno, aunque se trate de un partido de extrema derecha, ya que ha sido elegido democráticamente.
También descarta que se les pueda combatir con gesticulación. “Hay que ponerles en contradicción constante, rebatir las ideas que atentan contra los pilares de la democracia como la libertad o la no discriminación, y refutarles con cifras”, subraya Pont, que advierte que partidos como Vox se mueven bien en las redes sociales y allí expanden su discurso, que no es contra un partido o un gobierno, sino que va a deslegitimar el sistema.
“Quieren hacer un cordón ahora, cuando Vox está en las instituciones –constata David Bondia, profesor de Derecho Internacional Público de la Universitat de Barcelona–. El error es no combatirlo antes con argumentos. Eso de ir a un debate electoral y no rebatirles, como ya hemos visto, es nefasto”. En su opinión, no hay que hacer un cordón sanitario genérico a Vox, sino por el contenido de las propuestas, y recuerda que están en las instituciones porque se les ha votado.
Para este jurista, “hay que empezar a cambiar determinadas ideologías que Vox incorpora en su discurso, que es muy sencillo y muy manipulador, ya que van ganando adeptos”. Bondia detalla que la extrema derecha lo que hace es enfrentar colectivos, decirles por ejemplo a los que necesitan ayudas sociales que otros se las quitarán. “La clase política tiene que actuar ante esto. Si hay un colectivo más vulnerable, hay que tratarlo distinto. Con los menas hay que saber explicar que si están aquí son nuestros menores y se les tiene que ayudar”.
El consultor de comunicación Pau Canaleta pone también el acento en que no hay que dejar a la extrema derecha el discurso sobre temas como la inmigración o la inseguridad, que preocupan en algunos barrios. “No vale tachar de racistas a los vecinos que lo viven como un problema, los políticos deben poner el foco en estas preocupaciones aunque no se sientan cómodos, porque seguro que lo abordarán de forma muy distinta a cómo lo hace la extrema derecha, y por ahí pueden además arrebatarles votantes”.
Ganar a Vox en las urnas es una forma de combatir su discurso. “No se trata solo de enfrentar un mensaje a otro, sino ser capaz de generar ilusión en sus votantes, superar el odio con esperanza. Eso lo hemos visto en muchas ciudades alemanas y francesas, partidos más jóvenes con discursos más frescos han sabido vender un mensaje cercano –apunta Canaleta–. No hay que ir solo a la defensiva, sino ser positivo y propositivo”. Este experto apunta también que irse cuando van a intervenir es contraproducente: “Refuerzas y das credibilidad a su mensaje de que ellos son los únicos que dicen la verdad y por eso los demás los excluyen”.
Una estrategia de la extrema derecha en Francia fue ofrecer un perfil en apariencia moderno como Marine Le Pen, señala Silvia Carrasco, profesora de Antropología Social de la UAB, que favoreció un aumento del voto femenino, a pesar de que el discurso es antifeminista. “En Catalunya han intentado jugar al despiste con un candidato mulato, aunque el discurso es xenófobo”, señala. Para Carrasco, un cordón sanitario a Vox “puede tener cierto éxito si lo hacen todos, para enviar un mensaje nítido y persistente de que no se normalizan sus intentos de acabar con la democracia”.
También Camil Ungureanu, profesor de Filosofía Política de la UPF, defiende la utilidad de aislar a la extrema derecha en las instituciones. “Es realmente necesario, pero en ese frente tienen que estar los principales partidos de derechas e izquierdas –subraya–. En Alemania ha funcionado. Pero en Catalunya hay un exceso de política simbólica, y gestos como abandonar el hemiciclo pueden tener efectos ambivalentes”. Para Ungureanu, la política espectáculo “puede alienar a parte del electorado y a la vez dificultar los acuerdos políticos transversales, necesarios para crear un cordón real y duradero contra Vox”.