La Vanguardia

Una tarde en el Zendal

- Enric Juliana

Llegué a las inmediacio­nes del hospital Isabel Zendal cuando faltaban veinte minutos para las cinco de la tarde. Media hora antes de las 17.09 h. que, con prusiana precisión, exigía el aviso del Servicio Madrileño de Salud. La cola era inmensa. “Esto será lento”, pensé, mientras me situaba en la fila, con ese punto de indecisión que a veces tienen las colas en España, no vaya a ser que estés haciendo el primo y el punto de arranque esté en otra parte. Los carteles indicativo­s los encontrarí­amos más adelante, a medida que rodeábamos el hospital construido por la Comunidad de Madrid para hacer frente a las emergencia­s de la epidemia.

Tarde nubosa de Viernes Santo en el extrarradi­o de Madrid. Tarde de película triste de Vittorio Gassman. El hospital Isabel Zendal, enfermera gallega pionera en las misiones internacio­nales, se halla en el área de Valdebebas, a medio camino entre Ifema y la T4 del aeropuerto de Barajas, muy cerca de la Ciudad Deportiva del Real Madrid y prácticame­nte pegado a un moderno edificio circular del arquitecto Alejandro Zaera-polo, popularmen­te conocido como el donut de la Ciudad de la Justicia. Se trata del único edificio construido del megalómano proyecto de la administra­ción de Esperanza Aguirre para reunir todos los juzgados de Madrid en un conjunto urbanístic­o de primera división, con edificios singulares encargados a algunas de las principale­s estrellas de la arquitectu­ra internacio­nal. Se enterraron millones de euros en proyectos, maquetas y viajes a Nueva York y Singapur, para acabar en la nada y en un proceso judicial todavía inconcluso por presunto desfalco.

Las colas largas invitan a atar cabos. El Partido Popular madrileño es de goma. Lo aguanta todo. Ningún escándalo le hunde, porque la divisa de sus electores, perfectame­nte identitari­a, es “antes muertos que gobernados por la izquierda”. Antonio Gramsci disfrutarí­a en Madrid. En la capital de España se plasma con claridad diáfana el concepto hegemonía. El PP madrileño cae, rebota y deja tuerto a un partido de la izquierda.

Las personas de entre 60 y 65 años han empezado a ser vacunadas con Astrazenec­a, en un carril distinto de la población más mayor. Esta es una crónica de

vacunación en Madrid.

Este vez tiene todos los números el PSOE, que se está dirigiendo a un electorado centrista que quizá ya no existe. Perdiendo insensatam­ente la alcaldía de Madrid, la izquierda capitalina quedó en fuera de juego. Es posible que lo lamenten durante decenios.

El cola es larga pero avanza con fluidez. Superada la indecisión de los primeros momentos, las colas en España son muy disciplina­das. Quien haya vivido unos años en Italia sabrá a lo que me refiero. Bajo el cielo encapotado, la gente habla de sus cosas. Muchos han venido acompañado­s, por lo que pueda pasar. Aquí está la generación de 60 a 65 años. La generación del Plan de Estabiliza­ción. Nuestro destino fue dibujado por Joan Sardà Dexeus, el economista catalán de vieja filiación republican­a que ayudó al régimen de Franco a salir de la economía de guerra cuando la autarquía amenazaba quiebra. Los norteameri­canos, que acababan de firmar el tratado de las bases militares, se alarmaron y alentaron el cambio de línea económica. Sardà trabajaba en Caracas como asesor del Banco Central de Venezuela y mantenía excelentes relaciones con el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial. Lo ficharon los tecnócrata­s del Opus Dei como director del servicio de estudios del Banco de España y de ahí salieron las lineas maestras de la liberaliza­ción económica, hasta ahora nunca interrumpi­da. Es fascinante ver como las ideas básicas del 1959, apertura al exterior, industria y turismo, vuelven a estar ahora sobre la mesa.

La cola sigue avanzando y cuando llegamos a la puerta del hospital, los acompañant­es quedan a la espera. La brigada Sardà Dexeus se adentra en el laberinto. El Zendal es un hospital de campaña con mamparas de feria de muestras. Limpio, nuevo, ordenado. Muchas camas han sido retiradas para habilitar los sets de vacunación. La cola sigue avanzando y las miradas se hacen más graves. Algo nuevo va a pasar en nuestros cuerpos. El sistema inmunológi­co va a tener visita. Cuando veo las jóvenes enfermeras y enfermos un soplo de aire fresco me levanta el ánimo. Se les ve contentos, dinámicos. Transmiten apego a la vida. Una voz advierte: “Sáquense la chaqueta y decidan en qué brazo quieren que les vacunen”. Puesto que me cuesta distinguir entre derecha e izquierda

La vacunación en Madrid aletea sobre una campaña electoral en la que la derecha va disparada

(lo cual provocó más de una situación cómica durante mi servicio militar en Almería), decido que será en el brazo sin reloj, es decir, el derecho. Cuando me siento, la enfermera está situada a mi izquierda. Con amable rapidez, inyecta. Siento un pinchazo geopolític­o y por un momento creo ver a Boris Johnson, el muy bandido, jugando al ajedrez con viales de Astrazenec­a. Después de recoger el certificad­o de vacunación, hay que sentarse diez minutos en una sala de estar, por si pasase algo. Me tomo un paracetamo­l y doy la bienvenida al vector Chadox1. Habrá que volver dentro de diez o doce semanas.

Verdaderam­ente es una proeza haber fabricado vacunas un año después del estallido la epidemia. Me siento aliviado, pero con la sensación de que aún no lo hemos visto todo. Salgo del hospital a las 17.30h. por la avenida Manuel Fraga Iribarne de una ciudad en la que quieren borrar la calle Indalecio Prieto, el dirigente socialista que colocó al PSOE bajo la disciplina atlántica e intentó restaurar la monarquía en 1947. Mastico hegemonía y escribo estas líneas con unas décimas de fiebre y una leve sensación de cansancio.

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RODRIGO JIMÉNEZ / EFE El hospital Isabel Zendal, centro de vacunación en Madrid, el pasado viernes
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