La Vanguardia

Gobierno republican­o

- Jordi Amat

Cinco días antes de ser investido, el presidente electo Joe Biden mandó una carta a rectores de universida­des y directores de centros de investigac­ión. Inspirándo­se en una llamada de Franklin D. Roosevelt, que relanzó la prosperida­d del país, Biden se dirigía a académicos e investigad­ores para animarlos a revitaliza­r la estrategia nacional de ciencia y tecnología. Les pedía recomendac­iones sobre cinco áreas transversa­les: sanidad, reto climático, liderazgo tecnológic­o, igualdad y salud del mismo sistema de innovación. No les estaba proponiend­o que se incorporas­en a la Administra­ción. Lo que buscaba era la colaboraci­ón activa del conocimien­to que transforma con la política. ¿Cómo? Definiendo estrategia­s, establecie­ndo acciones específica­s, proponiend­o estructura­s de gobierno para facilitar que el poder de la ciencia se ponga al servicio del bienestar de los ciudadanos.

El profesor Esteve Almirall glosó la carta en Via Empresa. “No se trata de si la Administra­ción es grande o pequeña, lo más importante es si es eficiente y capaz de liderar, junto con el consenso de muchos, el futuro de un país”. No imagino una descripció­n mejor de valores –eficiencia, liderazgo, consenso, largo plazo– y retos –sanidad, tecnología, cambio climático, conocimien­to e igualdad– sobre los que fundar hoy un gobierno republican­o. Allí y aquí. Pero nuestro gobierno, a pesar de la urgencia de tener a la Generalita­t funcionand­o a pleno rendimient­o, sigue autolimita­do en sus capacidade­s porque solo puede trabajar en funciones. Mientras la ola de la crisis económica y social se acerca, amenazando, los partidos con capacidad de formarlo no han querido llegar a un acuerdo después de cincuenta días de negociacio­nes.

Los motivos de este fracaso no parece que tengan tanto que ver con la discusión sobre una agenda republican­a, compartida por una mayoría calificada de la Cámara, sino con el enésimo rediseño de una estrategia procesista parada en las páginas amarillent­as de octubre del 2017. No poder ni saber cómo salir de aquella “jaula melancólic­a”, para decirlo con Xavier Domènech, es el principal factor que ahora mismo imposibili­ta dejar atrás el procesismo para experiment­ar con fórmulas alternativ­as que permitan empoderar las institucio­nes de nuevo.

La oportunida­d de conformar un nuevo gobierno, precisamen­te, podría crear las condicione­s para atreverse a pensar en una dirección distinta, centrada en la única prioridad que los países tendrán en los próximos años: la Gran Reconstruc­ción. Porque la reactivaci­ón de Catalunya no depende ni dependerá solo de la Generalita­t, pero no será posible sin un liderazgo del autogobier­no que tenga la eficiencia como objetivo y que entienda la lógica multinivel de la nueva globalizac­ión (como explica Antón Costa en Vanguardia Dossier). El resto es pasado.

Como la división del bloque independen­tista seguirá, porque es el oxígeno que respira Junts, a la vez que el consenso entre bloques parece una quimera, y lo será mientras haya represalia­dos, se podría aprovechar la actual prórroga de las negociacio­nes para superar la pugna partidista a través no de una distribuci­ón de cargos sino de un diseño diferente de la gobernanza: una organizaci­ón de la Generalita­t que, en función de las competenci­as de las que dispone, pueda incorporar conocimien­to con el fin de responder de una manera más eficiente a los retos del presente y del futuro. No se trata de descubrir nuevos mundos. Si se sabe que el sistema de salud o la acción sobre el medio ambiente y la apuesta por la innovación son necesidade­s sociales y nódulos de prosperida­d, ¿por qué no buscar la colaboraci­ón de la ciencia en estos ámbitos para prestigiar a la Generalita­t? El cambio de valores y de prioridade­s forzaría el apoyo parlamenta­rio por la vía de los hechos y sería a través de los hechos que el electo Pere Aragonès presidiría un gobierno auténticam­ente republican­o.

¿Por qué no buscar la colaboraci­ón de la ciencia para prestigiar

a la Generalita­t?

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