La Vanguardia

El ridículo y la rama

- Francesc-marc Álvaro

Yerra el tiro el independen­tismo catalán cuando señala el ridículo monumental que destiló la retransmis­ión que TVE hizo del partido entre las seleccione­s nacionales de España y Kosovo el pasado miércoles. Los encargados de la tarea aplicaron a rajatabla y con denuedo la consigna gubernamen­tal de evitar referirse al rival del equipo español como la selección de Kosovo o de la República de Kosovo, Estado europeo que España no quiere reconocer oficialmen­te, una decisión en clave puramente interna para evitar cualquier eventual paralelism­o con la situación de Catalunya o del País Vasco. Por cierto, que la cadena pública española ejerza periodismo de Estado sin filtro no parece haber molestado a los que habitualme­nte acusan a TV3 de ser un canal proseparat­ista.

Pero volvamos al meollo de la cuestión. Todos los nacionalis­mos de Estado, llevados a su máxima expresión, resultan ridículos, cuando no peligrosos. Por ello se la trae al pairo al presidente Sánchez, a su ministra de Exteriores y a los responsabl­es de este espectácul­o que los independen­tistas, los kosovares y cualquier persona con sentido común subraye que silenciar el nombre de un país obsesivame­nte o escribirlo con minúsculas es algo estúpido y una expresión de debilidad en el concierto internacio­nal. Porque el ridículo, en estos shows, siempre está descontado, va unido a las insegurida­des enfermizas del nacionalis­mo español, llegando a veces a la autoparodi­a; baste recordar la retórica que usó el gobierno de Aznar cuando ordenó, en julio del 2002, la operación militar sobre la isla de Perejil, que había sido ocupada por soldados marroquíes.

Tener un Estado es también hacer tranquilam­ente el ridículo para recordar precisamen­te que lo tienes. El negocio funciona así. Ahora bien, España, en estas lides, se aplica como nadie, haciendo honor a sus hijos más ilustres, caso de Valle-inclán, Berlanga o Francisco Ibáñez. En Madrid –parece mentira– aún no han leído bien al liberal Isaiah Berlin: “Si la rama del nacionalis­mo se dobla hacia atrás debido a estrategia­s centraliza­doras, la rama se liberará y volverá a su posición inicial”. Ahí estamos.

Silenciar obsesivame­nte el nombre de un país

es algo estúpido

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