La Vanguardia

Cuando vacunarse es una fiesta

- Mariángel Alcázar

Nunca había visto a tanta gente de entre 60 y 65 años junta. Allí, en la cola para acceder a las vacunas, a pesar de la mascarilla, nadie podía ocultar la edad, y a mucha honra. Hasta ahora solo la tarjeta dorada de Renfe delataba que eras mayor de 60 y menuda alegría te daban cuando, a punto de subir al AVE, te trataban como si fueras una impostora y te exigían que demostrara­s la edad por si habías comprado el billete con otra identidad. Orgullosam­ente sacabas el documento ferroviari­o y el de identidad y, en vez de molestarte por la duda, te lo tomabas por el lado bueno: finalmente si te pedían la tarjeta dorada era porque no aparentaba­s tener más de 60.

El miércoles, mientras esperaba para vacunarme en el auditorio de Llinars del Vallès, centro adonde me había enviado la convocator­ia colectiva de la Conselleri­a de Salut de la Generalita­t, en la cola se creó una especie de club del orgullo sesentañer­o con una complicida­d propia de patio de colegio, de aquellos tiempos felices en los que era tan fácil hacer amigos.

Evidenteme­nte, por edad, habría mucho abuelo y abuela, pero, sobre todo, lo que se veía era gente lo suficiente­mente mayor como para no perder el tiempo en tontadas, pero aún joven para renunciar a las alegrías de la vida. En la cola, la idea común era considerar la vacuna como un salvocondu­cto para seguir viviendo con salud y pasión. Una encuesta rápida permitió comprobar que la mayoría de los presentes estaba emparejada con personas de la misma franja de edad, pero entre las mujeres con maridos (novios, amantes o amigos especiales) de más de 65 años se notaba cierta urgencia en averiguar cuándo les tocaría a ellos. La fiesta no será completa hasta que todos, o buena parte de cuantos nos rodean, puedan vacunarse. Quién no estaría impaciente.

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