La variedad de colores y formas alimenta la confusión
este otro desaguisado. Los técnicos municipales saben bien cómo solventar estas deficiencias. Los grandes chaflanes que después pintaron en la calle Rocafort, con semáforo propio incorporado, son mucho más apañados que los de Consell de Cent y de Girona, y esas grandes bolas de hormigón dispuestas contribuyen a rebajar el incivismo de tantos conductores. En la calle Rocafort la gente camina más a gusto, hasta cierto punto... Cuesta entender a santo de qué pintaron estas nuevas aceras de color celeste luego de estampar tantos topos y franjas amarillas. ¿No era desde hace años el amarillo el color dominante de los nuevos espacios peatonales de la ciudad? ¿Y por qué tuvieron que añadir de repente un montón de multicoloridas rayas que no indican nada? Habría que ir aclarándose. En la nueva plaza que se está abriendo en el Port Olímpic el azul y el blanco están tomando protagonismo. El resultado de todos estos estímulos es que la gente, a la hora de cruzar todas estas calles, aguarda que no pasen coches en el borde de la vieja acera, y no en el de la nueva.
Además, esta pintura de color celeste de Rocafort es mucho menos resistente a las adversidades que la amarilla empleada anteriormente. Mucho más porosa y mucho menos plástica. La falta de un mantenimiento adecuado es otro de los problemas de la Barcelona coloreada. Y no hablamos únicamente de las nuevas aceras de la pandemia. Los desconchones, el desgaste y el abandono, y sobre todo ese aire cutre de venido a menos, también proliferan últimamente en otros muchos otros espacios peatonales montados con vocación de permanencia y muy frecuentados por la ciudadanía, como las supermanzanas del Poblenou y de Sant Antoni.
También se echa de menos una mano de pintura en la gran plataforma de hormigón de la ronda de Sant Antoni, la que dejaron después de desmantelar la carpa provisional que acogió el mercado del barrio durante la larga década que tardaron en reformarlo. Hace ya cosa de un lustro que este lugar aguarda una reforma definitiva que no hace otra cosa que demorarse una y otra vez. Las líneas que dibujan su particular pista de atletismo se diluyen en el piso. Las atracciones infantiles también presentan un aspecto muy deslucido. Aquí lo provisional también se convirtió en definitivo, sin margen para la rectificación, siquiera la atención. Hasta la ronda Universitat pide mimo. Hace pocas semanas este vial estrenó sus nue
Otros espacios para el peatón, pintados años atrás, también sufren la falta de mantenimiento
vas aceras de hormigón. Pero en una urbe donde el panot es símbolo esta acera tan lisa no está a la altura.
Y todo esto está propiciando un gran debate ciudadano, en estos momentos polarizado por aquellos que entienden que si criticas sus planteamientos estás negando el cambio y climático, y condenando a los niños a un futuro ultracontaminado, y por los más acérrimos detractores de Colau, quienes quieren hacer ver que todas estas nuevas medidas dejan al ciudadano anonadado, incapaz de adaptarse, como un conejo deslumbrado en una autopista. Ni unos ni otros constituyen el espíritu de esta ciudad. Los barceloneses sí que saben adaptarse a los cambios, aunque lo hagan gruñendo, lo que no soportan son las cosas hechas a medias.