El capitán nunca come solo en el camarote
Sigue un extracto del primer capítulo de El camarote del capitán, las memorias de Màrius Carol como director de La Vanguardia, definidas por John Carlin como “una reveladora, entretenida y privilegiada visión de la época política más convulsa que ha vivido Cataluña desde el final de la guerra civil”. Para Jordi Amat, se trata de “una crónica memorable sobre los días clave del procés y la dimensión más humana de sus protagonistas”.
Juan Luis Cebrián cuenta en sus memorias, tituladas Primera página, que cuando en la recta final del franquismo dejó el diario Informaciones para dirigir los informativos de RTVE, el director, Jesús de la Serna, le dijo: «Recuerda que el capitán del barco siempre come solo en el camarote», a lo que él añade a continuación: «No lo he olvidado nunca». A mí me tocó estar al frente de La Vanguardia en situaciones complicadas y, aunque hay veces en las que eres tú y solo tú quien asume el riesgo de dar o no dar una noticia, la verdad es que no me he sentido nunca solo. (...)
El primer día como director me despertó la llamada de la productora del programa El matí de Catalunya Ràdio. Me dijo que Mònica Terribas solo quería felicitarme y no supe negarme. En directo me preguntó si era verdad que quien me había hecho director era el rey de España. La referencia me molestó profundamente, pues a mí nunca se me habría ocurrido preguntarle, el día en que la nombraron directora de TV3, si era verdad que había sido Jordi Pujol, muy amigo de su padre, el que la había colocado al frente de la cadena. Le respondí que a mí me había elegido el editor, Javier Godó, y que si algo me avalaba era mi carrera. No tenía que justificarme de nada, aunque quizá pareció que lo hacía.
Una vez nombrado, tuve que esperar unos días a que mi predecesor desocupara el despacho. A los directores les cuesta un poco abandonar el confort del salón del trono. A Luis de Galinsoga, el propietario del periódico le mandó a los pintores para repasar las paredes a fin de que tuviera que desalojarlo. David Jiménez escribió en El director, cargo que ocupó en El Mundo durante trece meses, que seguramente esto es así porque un lugar como este ha sido tradicionalmente «uno de los mayores centros de influencia del país, cortejado por reyes y jueces, ministros y celebridades, escritores y cantantes, caciques y conseguidores». Es posible que haya perdido algo de ese carácter mítico, pero creo que sigue siendo uno de los pocos lugares temidos por el poder. Mientras tanto, decidí instalarme en el centro de la redacción, lo cual hacía que me sintiera bien, posiblemente porque es donde un periodista se encuentra más a gusto. Una de las cosas más sorprendentes que me ocurrieron en aquel entonces fue que, tan pronto como conocieron la noticia de mi nombramiento, dos personas intercedieron a favor de mi predecesor ante el editor, para que este rectificara su decisión. Y no porque tuvieran nada contra mí, sino porque preferían al otro. Fueron el ministro de Interior Jorge Fernández Díaz y el presidente de la Generalitat Artur Mas. Sus motivos tendrían.
En mi primer billete —que es como llamamos en el argot del oficio al artículo de la página 2— como director quise recordar la película El cuarto poder (Richard Brooks, 1952), en la que Humphrey Bogart, en el papel de máximo responsable del diario The Day, le suelta una arenga al abogado de un mafioso que intenta comprar el periódico para silenciarlo: «The Day es un edificio enorme que no es mío. También contiene rotativas, teletipos, imprentas, prensas, tintas y despachos. Nada de eso es mío. Pero un periódico es algo más. The Day es más que un edificio. Son personas. Quinientos hombres y mujeres, cuyo conocimiento, corazón, cerebro y experiencia hacen posible el periódico. No poseemos ni una sola astilla del mobiliario de la empresa. Como las 250.000 personas que leen todas sus ediciones, tenemos un interés vital en que viva o muera. La muerte de un periódico tiene efectos de largo alcance... Un periódico
Carol ha trabajado en El Noticiero Universal, El Correo Catalán, El Periódico, El País y La Vanguardia. Es autor de las novelas Les seduccions de Júlia (premio Ramon Llull 2002) o L’home dels pijames de seda (premio Prudenci Betrana 2009), entre otras, y de ensayos como El enigma Dalí .
EL CAMAROTE DEL CAPITÁN
MÀRIUS CAROL
Destino
Encargué que me enviaran flores: cada semana un ramo nuevo, el único gasto suntuoso que realicé
se publica, ante todo y sobre todo, para servir al interés público». A este discurso yo añadí: «Sesenta años después, los diarios no tienen teletipos, tinta, ni siquiera despachos, y los periodistas han perdido bohemia. Sin embargo, el periodismo mantiene su carácter de servicio público y continúa siendo un pilar esencial de la democracia. Un diario debe contribuir a explicar a los lectores el mundo cada vez más complejo que nos toca vivir. Y no solo contar las cosas que pasan, sino sobre todo esclarecer por qué pasan» (...)
Todavía no disponía de despacho, pero ya tenía una declaración de principios. Y la fortaleza que proporciona que el 85 por ciento de la redacción votara a favor de mi nombramiento en una consulta que, si bien no tiene carácter vinculante, ha debilitado a más de un colega del oficio. Cuando finalmente pude acceder a mi lugar de trabajo, con unos cuantos libros nuevos y unos cuantos diarios antiguos, la estancia presentaba un aspecto desolador: tenía las paredes desnudas, las estanterías vacías y un ficus moribundo en un rincón. Lo primero que colgué fue una fotografía de Marilyn Monroe vestida de bailarina tomada por el fotógrafo Milton H. Greene el año en que yo nací. Después coloqué la pila de libros que me acompañan en el trabajo como fieles compañeros (...) Y encargué que me enviaran flores: cada semana un ramo nuevo. Probablemente es el único gasto suntuoso que he realizado en más de seis años. Lo único que me inquietó fue la presencia de una enorme caja fuerte que me recordaba a las que los asaltantes de bancos del Far West abrían a punta de pistola. Les pregunté a las secretarias qué se guardaba en su interior, pero no supieron muy bien qué contestarme. Ellas tenían la llave y el código. Nunca tuve allí nada de valor. Quizá es que el periodismo ha ido a la baja y ya no se guardan dosieres secretos o grabaciones ocultas, como algunos directores aseguraban atesorar en el pasado. O quizá es que algunos han visto demasiadas películas.