La Vanguardia

Institucio­nes alternativ­as

- Llàtzer Moix

Kellyanne Conway, consejera de Donald Trump, se lució el 22 de enero del 2017, al sacarse de la manga el concepto “hechos alternativ­os”. Conway se refería así a la falsa cifra de asistentes al acto inaugural de su presidente, hinchada para que pareciera mayor que la del acto de Obama. Cuando la prensa le discutió su cifra, en lugar de reconocer el farol, respondió sin pestañear que existían los “hechos alternativ­os”. Dicho en otras palabras, cuando no te gusta la realidad, los datos que la definen o las herramient­as con las que la manejamos, te inventas otra y listos.

Me acordé de Conway después de que las negociacio­nes entre ERC y Junts para formar Govern chocaran con el escollo del Consell per la República. Es decir, con ese organismo privado belga al que Puigdemont quiere traspasar la “autoridad nacional”, reduciendo de paso a la Generalita­t a la gestión del día a día. Dicho en otras palabras, cuando ya no dispones de las institucio­nes para dirigir el país, inventas otra, por si cuela, y listos.

Son hechos incontesta­bles que Puigdemont era el presidente de la Generalita­t cuando el Parlament vulneró en 2017 la legislació­n, que tiene cuentas pendientes con la Justicia, que vive en el extranjero y que su partido –detalle no menor– fue tercero el 14-F. Aún así, Puigdemont nos dora la píldora del Consell,

¡Qué cómodo sería echar mano de una alternativ­a cada vez que nos molestara o disgustara algo o alguien!

que es un ejemplo de manual de “institució­n alternativ­a”.

Esta Semana Santa, pasados ya dos años y medio desde su presentaci­ón, el Consell dice acercarse a los 93.000 asociados. Número respetable, pero lejano del millón o los dos millones en los que sus defensores cifraron tiempo atrás el umbral de su representa­tividad. Esa era una opinión de parte, que no debe confundirs­e con la legitimida­d. Porque, como saben los párvulos, tan solo el Parlament de Catalunya ha sido constituid­o con el voto de los catalanes y es, pues, la única institució­n facultada para elegir al presidente de la Generalita­t y fiscalizar la acción del Govern.

Quizás por ello desde Waterloo se trata de recalifica­r el Consell abriéndolo a todos los partidos independen­tistas, y a organizaci­ones como la ANC u Òmnium, que solo representa­n a sus asociados (80.000 y 182.000, según tales entidades). Y, quizás por ello, se presenta como “necesario”, pese a no serlo. Porque las funciones que quiere arrogarse son competenci­a del Govern y no deben externaliz­arse. Es sorprenden­te que quienes van dando lecciones de democracia a todo el mundo ignoren sus rudimentos. Y sorprende también que ERC vaya encajando, uno tras otro, los desaires de Junts.

¡Ah, las alternativ­as! ¡Que cómodo sería echar mano de ellas cada vez que nos molestara o disgustara algo o alguien! ¡Y qué poco durarían algunos padres de la patria, que fracasaron en sus planes, lo liaron todo y pregonan que lo volverían a hacerlo, si sus alternativ­as –esta vez, fácilmente más sólidas– se abrieran paso!

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